Correr los gallos: ¿supervivencia de un rito sacrificial?
Francisco Rodríguez Pascual
Desde el día de San Antón (17 enero) hasta los Carnavales, se corren los gallos en varios pueblos de la provincia: Villamor de los Escuderos, Guarrate, El Pego,
Sanzoles… Dice un refrán zamorano: “Mucho antes de mayo, se han corrido ya los gallos”, siendo utilizado en sentido directo y metafórico. Como es bien sabido, la costumbre gallicida fue común a muchas regiones españolas, encontrándose también fuera de nuestras fronteras. Existe abundante documentación sobre la misma, tanto en archivos como en bibliotecas.
Nuestros clásicos se refieren a ella en numerosas ocasiones. Actualmente, la veterana práctica festiva se conserva en núcleos aislados de Castilla y León, el País Vasco, etc.
Hace ahora tres años publiqué en El Correo de Zamora (21-II-1988 ) un largo artículo sobre las corridas de gallos en nuestra provincia. Investigaciones posteriores me han ayudado a completar o matizar algunas de las ideas vertidas en el escrito.
Por ejemplo, yo distinguí en él tres formas históricas de correr los gallos en Zamora:
1. Gallo suelto.
2. Gallo entoñado.
3. Gallo colgado.
Publicado el 20 de enero de 1991, El Correo de Zamora.
Sin embargo, he descubierto una cuarta, a la que se podría llamar “gallo atado”: se ataba el gallo a un árbol o estaca con una cuerda bastante larga para que tuviese suficiente libertad de movimientos. Los mozos, colocados a una distancia prefijada, apedreaban al plumífero hasta causarle la muerte. Esta variedad de corrida de gallos ha existido hasta fechas cercanas en algunos pueblos de Aliste y Tierra de Alba. En épocas remotas, al triunfador de la prueba se le proclamaba “rey de gallos”. En cuanto a las “relaciones”, mantengo lo dicho en el artículo escrito hace tres años. Las suelen elaborar “versifactores” de la región, a los que se contrata y paga lo acordado.
Responde con sorprendente fidelidad a un esquema o estereotipo:
1º El corredor (quinto del año) hace una exposición jocosa de su vida, enfatizando especialmente los aspectos negativos, como fracasos escolares, fechorías, borracheras.
2º Se transfieren al gallo los vicios o defectos del mozo y, extensivamente, de toda la comunidad. Al gallináceo se le recrimina su soberbia, su lascivia, las molestias que causa al vecindario con su canto mañanero…
3º Por ello, se le condena a morir, a ser “ejecutado” o “ajusticiado”.
4º Las últimas estrofas son de despedida y de “pedición de perdones” a las personas presuntamente ofendidas por el relato. “Es la tradición”, se suele aducir como excusa…
Ya indiqué en el artículo mencionado que las “relaciones” reúnen, en su estructura y desarrollo, todas las características de un auténtico “rito sacrificial”. ¿Lo será de verdad la corrida de gallos, al menos tal como se practica en Zamora? Precedentes históricos no faltan en nuestra área cultural “extensa”. Romanos y griegos solían sacrificar un gallo en honor de Esculapio o Asclepio, hijo de Apolo y dios de la medicina, la farmacopea
y la salud. El gran Sócrates, antes de morir, suplicó a los asistentes que no se olvidasen de sacrificar el gallo a Asclepio, dios que ostentaba, entre otros atributos, precisamente un gallo cual principal elemento simbolizante. Con relación al futuro de la fiesta, sigo manteniendo la opinión expresada en el artículo de marras: la sensibilidad actual hacia los animales demanda que se dulcifique el rito, cambiando las formas cruentas por gestos y objetos simbólicos, que no han de consistir necesariamente en cintas y menos aún en cristos, como ocurre en Souraide (región vasco-francesa).
En la parte documental de estas “Hojas de Cultura Tradicional” se publica –creo que por vez primera– una de esas relaciones que declama cada mozo antes de iniciar, a lomos de
un equino, la corrida del gallo. Se trata de una muestra bastante representativa del género. La recogí en Villamor de los Escuderos hace algún tiempo.
A todos los asistentes
yo me vengo a presentar:
¡buenas tardes para ustedes!;
mi copla voy a contar.
Con este potro alazán
me he puesto a correr el gallo;
aunque nació pa aricar,
sustituye a un buen caballo.
Aunque vivo en otro entorno;
soy natural de esta tierra.
Mi nombre es “José Antonio”,
desciendo de los Fonseca.
Antes de que yo naciera
mi padre quería niña;
hubo algo que en mí viera,
y preparó una gran riña.
Aún no se dio por vencido,
siendo cinco en la familia.
No dio todo por perdido,
y al final trajo una niña.
En este pueblo estudió
este pobre desgraciado,
que con los huesos llegó
hasta Muga de Sayago.
Mi vida de bachiller
transcurrió de mala gana.
Bien me pudieron “joder”
esos curas con sotana.
Y por aquellas canteras
lo único que estudiaba
eran buenas delanteras
de mozas que culeaban.
Así, los libros colgué.
Y, para seguir la racha,
el siguiente empleo fue
el currar la remolacha.
Mi padre ya descubrió
el trabajo equitativo:
él iba de jugador,
y para mí el regadío.
Suele dedicarse al trato;
le gusta mucho el negocio:
lo mismo regatea un rato
que tramita algún divorcio.
Mi hermano Julio, al venir
pa currar decía “nones”;
él tenía que seguir
las putas oposiciones.
Así, con la vaquería
me la tenía montada:
todas vacas que quería
el José las ordeñaba.
Por eso, un verano fui
a ver a las leridanas;
y lo único que vi
fueron peras y manzanas.
Al final de la semana
me iba de discotecas
por descansar la currada
en busca de buenas tetas.
Y en Salamanca yo estuve
en una bar de camarero;
y mis juergas yo me anduve
con el chico del Bolero.
El destino me ha llevado
hasta un nuevo agujero:
al final he terminado
metido de panadero.
Llevo pan a discreción,
aunque nieve, hiele o llueva,
en el coche de ocasión
por las calles de Aldeanueva.
De las quintas de este año
algo tengo que apuntar:
que se juntan en rebaño
hasta para ir a mear.
Y, con tantos pintarrajos
como se ponen las nenas,
servirían de espantajos
en los muelos de las eras.
Como vacas sin pastar
se colocan las traviesas,
y se ponen a gritar
cuando ven a Julio Iglesias.
Pensando en echarme novia,
me empecé a recorrer
todos los pueblos de esta zona,
a ver qué podía coger.
El Cubo fui a visitar
buscando alguna cordera;
y, a la que llegué a encontrar,
la abandoné en la era.
Y al Maderal ya no vuelvo
para ver a esas mancebas,
porque, ahora que recuerdo,
no les gusta la madera.
En cambio, las saucanas
tienen otro parecer:
se atontan como las cabras
cuando aparece el Bosé.
Y, por tanto deambular
por los pueblos del cartel,
al final me fui a arrimar
a la moza de Ismael.
Por eso, un día pensé
en aumentar mis dominios
y hacer con ella un chalé
pa abajo, en los Abisinios.
Y a ti, gallito traidor,
yo te voy a ajusticiar,
pues, con tu tono cantor,
antes que el despertador
me venía a llamar.
El lunes de madrugada,
cuando había trasnochado,
ya lanzabas tu tonada
cuando apenas clareaba,
y quedaba fastidiado.
Un gran galanteador,
dueño del corral entero,
de las gallinas señor,
luego vendrá lo peor:
engrosar un buen puchero.
Los quintos, con nuestras jacas,
no lo pasaremos mal:
mejor aún que las vacas
rodeadas con alpacas
y de un toro semental.
Ya, con ésta me despido
y le digo con razón
al que se sienta ofendido:
yo estoy arrepentido,
pero es la tradición.
Y, por la atención prestada,
salud para todos pido
para vivir la llegada
de otra quinta preparada.
Con ésta ya me despido.
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