IV. EXPLICACIONES E INTERPRETACIONES.
Pero pasemos ya a la explicación e interpretación del fenómeno cultural que nos ocupa. Para ello, adoptaremos indistintamente diversas perspectivas de enfoque: geográfica, ecológica, histórica, psico-sociológica, tecnológica, artística…
Conviene comenzar afirmando que el traje carbajalino no es un hecho aislado, un islote, ni en el contexto cultural de Alba, ni en el panorama indumental de la zona Oeste.
Existen bastantes puntos de coincidencia entre el traje regional zamorano (representado generalmente por Carbajales), el leonés y el charro salmantino: basta con analizarlos ahora o comparar algunas litografías y fotografías de época para
convencerse de ello. Además de contar con muchas piezas idénticas o similares, hay
un rasgo que los hermana: el predominio de las flores y el color en el traje
femenino. Frente a la seriedad del que porta el varón, “el traje de la mujer es
de una gran belleza plástica por lo vivo y entonado de los colores”, así como
por el empleo de lentejuelas, corales, gargantillas… El tantas veces citado
profesor Hoyos opina específicamente de Zamora que “no es ya rica, es
exuberante en adorno de flores reales y fantásticas, bordados y sobrepuestos.
Sus sayas y rodaos son de una belleza e interés muy particular. Bermillo de
Sayago, Carbajales de Alba, toda la ribera del Valverde, ofrecen ejemplares
verdaderamente espléndidos” (Hoyos, L. y N. de, Manual de folklore (Madrid
1947) 217.)
Pero la fiesta visual del bordado y el color llega a verdadero paroxismo en Carbajales y Tierra de Alba. Se puede trazar una línea ascendente que parte del campo charro salmantino, atraviesa la Rivera, pasa por Sayago y termina en los Carvajales, una línea de intensificación decorativa y cromática.
En sus diversas formas de traje, conservaron estas zonas la llamada facies leonesa: hieratismo en el vestido de la hembra, carácter defensivo en el propio del varón. El traje charro femenino abunda en temas decorativos. El que emplean las mujeres de la Rivera (Villarrín, sobre todo) es parecido al charro, aunque los colores son más vivos y el bordado más recargado; una mirada superficial sobre el mismo nos hace pensar en el de Carbajales. Casi lo mismo podemos decir del armuñés: tiene mucho de charro, aunque los bordados y colores son más netos y brillantes (Manual de folklore (Madrid 1947) 82. Cfr. también el libro de García Boizas y García
Berrueta). Pero es en la Tierra de Alba –vuelvo a repetir– donde se llega al cénit en esta lucha por el adorno y la policromía.
Recojo algunos juicios populares y de especialistas al respecto: “entra por los ojos”, “magnífica combinación de líneas y colores”, “rico colorido y bordados finos”, “faldas rutilantes por el
rico colorido como ninguna otra prenda de la variada indumentaria española”,
“bordado suntuoso, perfecto y luminoso por su rica policromía”, “el juego
cromático de una vistosidad, de una grandiosidad y de unos efectos
espectaculares”, “juego de colores haciendo cambiar el ritmo de la luz, el orden
del espectro”, etc. Queremos subrayar especialmente la idea –se debe a González
de Mena– de que el colorido del traje de Carbajales supera al de cualquier otra
región. No estoy de acuerdo con la opinión de N. de Hoyos, cuando asegura que
el traje charro salmantino, concretamente el que corresponde a la zona de la
capital, “es el más rico de España y casi vale tanto como decir del mundo… El traje
de la charra… presenta como una síntesis de diversos bordados en el que se
emplean sedas, oro, talco y pedrerías… El traje charro es, en cuanto al adorno,
como una síntesis de los de España, pues en su ejecución encontramos materiales,
procedimientos, bordados, etc., que se reparten aislados en otros trajes” (Hoyos,
N. de, Bordados y Encajes. Col. Temas Españoles n.° 30 (Madrid 1953) 11)
Estas valoraciones se deben aplicar literalmente al traje zamorano de Tierra de
Alba, que se ha constituido, a través de la historia, en auténtico epicentro o en conclusión última del planteamiento y desarrollo lógico de unas premisas determinadas. La misma autora confiesa, en otra parte, que las mujeres de Carbajales han sabido cuajar o resumir en los manteos ese mundo fantástico del bordado, “tradición que llega hasta nuestros días”.
Antes de pasar adelante quisiera hacer un breve paréntesis ilustrativo. Al traje carbajalino, al baile típico y al habla peculiar de la región los llaman también, a veces, charros los nacidos en Alba. El vocablo (derivado según algunos del vasco txar, malo, defectuoso…) significa originariamente rústico extravagante, ridículo, de mal gusto…, pero también y sobre todo demasiado cargado de adornos, de colorido chillón, etc.
Así es, aparentemente, el traje charro y lo es de manera eminente el de
Carbajales. Pero en ambos casos dentro de una concepción armónica bien
conseguida. Me interesa destacar mucho esta idea. La explosión de adorno y
colorido se da siempre “dentro de un orden”. Las bordadoras de Carbajales otorgan
una importancia suprema a lo que ellas llaman “administración de los colores”.
Aquí está precisamente la clave fundamental del valor de un bordado. Y lo mismo
ocurre en Salamanca: se entiende habitualmente por charro lo que “se encuentra
recargado de colorines o excesivamente adornado, y, sin embargo, tenemos que
manifestar que el traje charro de lujo… tiene el adorno tan bien dispuesto que no
resulta excesivo, sino que está perfectamente logrado”, escribe N. de Hoyos (Hoyos,
N. de, El Traje Regional de España. Col. Temas Españoles n.° 123 (Madrid
1956)). Las anteriores consideraciones me llevaron en alguna ocasión a sugerir
la conveniencia de investigar los límites y características de la charrería,
entendida ésta como área o subárea cultural o etnológica; opino que no es identificable con Salamanca. La Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Salamanca ha editado con buen acuerdo una Carpeta de Grabados, en número de doce, que recoge las variantes del traje charro en Salamanca, Zamora y Valladolid (Salamanca, 1981).
Pero cortemos la digresión y prosigamos el discurso. A esta altura del mismo, cabe preguntar: ¿por qué reúne el traje albense los rasgos que acabamos de destacar? Se han dado varias respuestas, más o menos razonadas.
1) Felipe Olmedo opina que la explicación radica en su origen bizantino. El adorno de paño sobrepuesto, los adornos de las pecheras y los dibujos polícromos con que las mujeres arreglan sus tocados de gala parecen demostrarlo: “Pensando en la razón que puede existir para haber adoptado esta clase de adorno oriental que se transmite de generación en generación sin perder su pureza ni arte en la combinación de líneas y colores y que parece demostrar un gusto depurado en gentes desconocedoras del arte, he llegado a creer que, sembrada como estuvo toda Castilla y León de bizantinos templos, la gente del pueblo acostumbrada a contemplar aquellos dibujos que las iglesias decoraban y enriquecían y las bordadas multicolores ropas del culto, llegaron acaso hasta sin darse cuenta, a copiar
lo que constantemente tenían ante los ojos hiriendo su imaginación vivamente” (Olmedo, F., La provincia de Zamora. Guía geográfica, histórica y estadística de la misma (Valladolid 1905)). La teoría de Olmedo es una hipótesis interesante y que no se debe descartar a priori; pero, con los testimonios que
tenemos, no podemos elevarla por ahora a la categoría de tesis.
2) Otros han recurrido a los antecedentes árabes para explicar el abigarrado cromatismo y las características diseñales del traje carbajalino. Éste viene a ser entendido como una “síntesis de la policromía que el mundo árabe extendió desde las costas del sur por Levante y por Aragón con su cerámica, por el centro con los bordados y la cerámica y por estas tierras marginales del NO con los bordados”. En un tríptico de propaganda del Ministerio de Cultura sobre Artesanía del bordado (Carbajales) se pregunta el anónimo autor: ¿Cuál es el origen de ese bordado? Responde: “A pesar de los escasos restos que al norte del Duero tenemos de la dominación, mejor, de la simple ocupación árabe, es curioso cómo en el mismo término municipal de Carbajales se encuentran varios topónimos que nos recuerdan esta indiscutible ocupación y esa lejana civilización. Sin embargo, en el caso que nos ocupa no hay duda. En primer lugar, la fuerza cromática y los colores preferidos que han predominado en el bordado, rojos, azules, verdes, amarillos, sobre telas, fieltros o pañetes, con fondos según las prendas, preferentemente negro, rojo, azul, verde.
Los motivos son siempre vegetales, florales muy simplificados, recordándonos el ataurique árabe en su origen”. A esta opinión –compartida por algunos desde hace años– habría que hacer varias anotaciones:
a) No se debe descartar, por principio, la posibilidad de la influencia árabe en los bordados carbajalinos, como en otras formaciones culturales de Zamora. Se trata de una hipótesis, y, como cualquier hipótesis, habrá que verificarla.
b) Sin embargo, una característica mudejar queda patente: “la de inscribir unos motivos en otros y, probablemente es la escuela (se refiere a la de Carbajales) que más motivos superpone” (Mª Ángeles González Mena).
c) No es cierto que los motivos de decoración en los bordados y picados de Carbajales sean siempre vegetales, florales y geométricos. Ya dijimos anteriormente que el traje antiguo lucía frecuentemente motivos zoológicos (pájara, león, mariposa…) y otros de carácter religioso-cristiano.
d) En El Correo de Zamora escribí hace algún tiempo: “El cromado de hilos y fondos ha variando muchísimo, incluso en épocas relativamente cercanas. Las actuales combinaciones de colores no prueban históricamente nada, y menos, referidas a tiempos tan lejanos” (Rodríguez Pascual, F., “El bordado de Carbajales”, en El Correo de Zamora, 6 de septiembre de 1980.)
e) González Mena apunta otra razón: “Un poco más lejos queda la relación que puedan tener (los bordados carbajalinos) con los atauriques árabes, como algún escritor ha señalado, ya que la influencia del arte musulmán fue escasa en estas tierras al ser pronto repobladas por cristianos” (González de Mena, M. A., “El bordado zamorano”, en Narria, n.° 20 (dic. 1980) 16.), sobre todo por advenedizos del norte de la Península, hecho que refleja la toponimia (Caro Baroja).
3) La misma autora del Catálogo de Bordados… ofrece una explicación, no genético-histórica, sino más bien sincrónico-comparativa. Hablando del bordado, base fundamental del traje, afirma: “Las circulares recuerdan en muchas ocasiones a las vidrieras góticas de estilo trilobulado, cuatrifoliado, etc., que forman rosetones y se conservan en nuestras catedrales españolas” (Ibidem.)
Quiero contar una anécdota a este respecto. Proyectaba en cierta ocasión a un grupo de alumnos una diapositiva de un delantal perteneciente al traje carbajalino. Al preguntar qué era aquello, la respuesta fue rápida y unánime: una vidriera gótica. Naturalmente, los muchachos no eran especialistas en historia del arte.
4) Algunos han acudido a los componentes barrocos del traje para interpretar su peculiaridad. En sentido lato, ciertamente que los tiene. Barroco viene a significar lo mismo que charro: recargado en ornamentación y colorido; este rasgo resulta indiscutible en el traje de Carbajales. Pero no podemos decir lo mismo si hablamos en sentido riguroso o académico. Los motivos decorativos no pertenecen al estilo barroco, aunque sí a veces algunas de las soluciones técnicas. El modo de entender el arte que tuvo el barroco rimaba muy bien con la idea que alimentó el bordado
popular. Durante ese período, este último se incorporó al traje popular de una forma plena.
5) González Mena opina que el estilo del traje de Alba es castellano, “con los motivos enteros, bien trazados, colorido fuerte… (se refiere al bordado)” (Ibidem.) Habría que añadir que conserva también rasgos fundamentales de la facies leonesa y algún influjo de zona de la vertiente galaico-portuguesa: “en Zamora y en Salamanca hallamos influencias claras de las vecinas Galicia y Portugal”.
6) Casi todas las explicaciones anteriores adolecen de debilidad congénita. Resulta difícil –por no decir imposible– encontrar las raíces históricas del traje de Carbajales y de cualquier otro traje popular. Hasta ahora, sólo se han podido espigar testimonios sueltos, con los cuales no se puede recomponer ab ovo el proceso entero. Yo abundo en la idea de A. C. Floriano Cumbreño. Hablando de los bordados
populares, anteriores a los trajes y, en parte, base de los mismos, dice: “Un
bordado popular puede ser de cualquier época” (Floriano Cimbreño, A.C., El
Bordado (Barcelona 1945) 41.). Es algo ucrónico (sin tiempo), porque en él van retazos de la España primitiva, celta, ibera, romana, árabe, cristiana… Cumbreño describió perfectamente las dos grandes corrientes del bordado hispano: oriental y
occidental. Señaló también con claridad las principales etapas históricas:
ciclo bizantino (ss. XII-XIII), período gótico de los siglos XIII-XIV (con las variantes
árabe y cristiana), bordado cuatrocentista, del Renacimiento, del Barroco, del
Rococó, etc. Si los bordados “eruditos” pueden ser encasillados en cualquiera
de dichas etapas y corrientes, no ocurre así con el “popular”, que a veces
acumula todas ellas.
7) Ante la dificultad de recomponer el proceso histórico del traje popular, muchos han optado por explicaciones de otra índole: geográficas, psico-sociales, económicas… Veamos algunas muestras.
a) El bordado carbajalino se inspira en la naturaleza. Más concretamente en una estación del año: la primavera. En estas tierras esteparias, átonas, pardas y áridas de por sí, la primavera constituye una auténtica e inesperada explosión de color y alegría. El fenómeno ofrece unas dimensiones que no se encuentran en otras latitudes. Pues bien, el bordado de la Tierra de Alba sería un intento de capturar y fijar ese momento efímero y exultante de vida pictórica. Su riqueza floral y su enorme matización cromática es eso lo que busca, según muchos de los carbajalinos interrogados. Incluso nos llegaron a decir algunos de los informantes que en los dibujos se recoge el proceso o secuencia evolutiva de la flor:
– verde en la base
– rosa en el centro
– rojo fuerte en el exterior.
Los poetas –intérpretes válidos del pueblo– han hecho a veces una lectura similar a la que acabamos de mencionar. Luis Cortés, en sus Añoranzas y antigüedades de Zamora, dedica un soneto a la Carbajalina. Comienza con estos dos cuartetos:
No exhibe de color tanta viveza
ni más ricos matices prisma herido
por el rayo de luz, como el vestido
de Carbajales feminil majeza.
Ni el prado por abril luce riqueza
de floración, como brotó el tejido
en gabacha y manteos, estallido
triunfal que domeñó a naturaleza.
En otro soneto, titulado Tierras de Alba y Aliste, contraponiendo el traje al medio en que aparece, se expresa de esta manera:
Más viva está la gracia y donosura
y vivo el colorido de las flores
que brota en tus bordados y perdura.
b) También se podría pensar –en interpretación que continúa las últimas palabras de Cortés– que el traje no es una prolongación del medio geográfico tal como se presenta en primavera, sino un complemento del mismo en situaciones normales. El espíritu del pueblo ha puesto en el traje –porque lo necesita de forma vital– aquello que no encuentra en el entorno. Si la capa de chiva sintoniza, rima perfectamente con el ambiente, el traje significaría una ruptura brutal con él, aunque en busca de la plenificación. En otras palabras, el hombre de Alba estaría siguiendo, sin darse cuenta, el sabio consejo de Antonio Machado:
Busca tu complementario, que marcha siempre
contigo y suele ser tu contrario.
c) Para algunos, el traje es simplemente un texto o unidad cultural, cuya lectura sólo se debe hacer dentro del contexto o sintaxis general. Dicho contexto se define por la ostentosidad, extroversión, alegría, vitalidad, comunicabilidad, afición a las fiestas… de la gente que puebla el antiguo Condado de Alba de Liste. Contra esto se puede argüir que, si la anterior caracterización es válida para la Villa, quizás no
lo sea tanto para otros lugares de su tierra. En el primer caso, cabe explicar el modus vivendi o essendi por la capitalidad comarcal, circunstancia que no concurre en los demás pueblos.
d) En cierto libro de Geografía regional de España, de mucho éxito en ambientes universitarios, he leído que la fuerte personalidad socio-cultural (manifestada, entre otros aspectos, en su indumentaria típica) de las comarcas zamoranas de Aliste, Alba y Sayago está íntimamente vinculada a las grandes extensiones de terreno comunal que poseen. Por lo que se refiere a Tierra de Alba, es especialmente verdadera la segunda parte de la afirmación. Cuando el Conde de Alba de Liste, Don Diego Enríquez de Guzmán, concedió en 1549 como “fuero perpetuo infiteusi (usufructo) para siempre jamás á vecinos é moradores que son é por tiempo fuesen de la dicha mi Villa de Carbajales y lugares de su tierra o jurisdicción los términos, montes, heredades, viñas, egidos, cañadas e abrevaderos”, buena parte del término del Condado pasó a usufructo concejil. Ahora bien, si es cierto lo anterior, la relación entre propiedad común y personalidad cultural resulta al menos problemática.
e) Entre las explicaciones “económicas”, podríamos citar también la del economista catalán don Pedro Corominas. En un curioso estudio publicado en 1971, El sentimiento de la riqueza en Castilla, defiende la tesis de que el castellano-leonés tiene una clara preferencia por los bienes muebles, debido esto quizás “a la larga permanencia… en una alta meseta, donde la inclemencia del medio físico y la escasa productividad del suelo libertó al hombre de los atractivos de la tierra”. Esto ayuda a
comprender la riqueza ornamental de los trajes, que mereció más de una pragmática condenatoria por parte de nuestros reyes: “El estudio del traje popular español basta para ver que el norte es zona donde el lujo en el vestir ha sido pequeño. En cambio, difícilmente puede encontrarse en Europa una parte donde los trajes de los aldeanos de posición regular sean tan ostentosos como en Salamanca y donde haya más gusto por el adorno personal. Junto al foco salmantino, podemos recordar otros leoneses, zamoranos…” (Corominas, P., El sentimiento de la riqueza en Castilla (Madrid 1917) 217.) Un autor desconocido del siglo XVIII justifica hasta cierto punto el derroche ornamental: “Convengo en que hay ciertos Reynos en que además de no ser perjudicial en lo político el luxo de los adornos mugeriles, forma una gran parte de su industria, de sus rentas, y de su comercio; y que en vez de cortarlo, conviene aplicarle algunosfomentos…” (Anónimo. Discurso sobre el luxo de las señoras y proyecto de traje nacional (Madrid 1778) 17 ).
f) Yo, que en la vida pretendo ser siempre más sintético que ecléctico, opino que en la creación y sucesiva elaboración del traje típico de Alba han confluido diversos factores: históricos, culturales, geográficos, políticos, económicos… Todos ellos fueron filtrados a través del espíritu, de la personalidad de base de un grupo que labró su identidad dentro de un marco administrativo (condado), religioso (vicaría) y ecológico (comarca natural). El filtro funcionó como catalizador de las esencias que se encontraban diseminadas en la zona oeste de la Península y que se condensaron especialmente en Zamora. El traje carbajalino sería –esta es mi tesis– el máximo exponente de todo un modelo cultural de indumentaria.
g) Para terminar este apartado, quiero hacer una breve alusión al dimorfismo ornamental que existe entre el traje masculino y el femenino. Si el de la mujer, según
hemos explicado, es un estallido de vitalidad, brillantez y color, el del varón se caracteriza por lo contrario: la sobriedad, la robustez, la opacidad, el ascetismo…
Como el Negrillo del Fuerte
tú, como el roble del monte,
castillo en el horizonte,
señor del tiempo y la suerte.
Sarda
(soneto titulado Carbajalino)
El primero cumple fundamentalmente una función de adorno; el segundo, de abrigo. Estos rasgos son comunes a casi toda la indumentaria típica de la zona Oeste de España. La interpretación del fenómeno puede ser, en principio, dual: a) Cabe explicarlo como simple nota de una realidad más vasta: el matriarcado, b) O, también, como señal y símbolo de una cultura machista:
el varón exhibe cual objeto valioso a la mujer, a veces perdida entre tanta fronda. Según me han dicho, en algunas partes de Salamanca –no sé si ocurre lo mismo en Zamora– se enjaeza y adorna a las mulas en las mismas ocasiones en que las mujeres lucen sus bellezas típicas. Teniendo en cuenta el pattern o modelo cultural del área que estudiamos, me inclino más por la primera interpretación.
V.CONSIDERACIONES FINALES
Concluimos este ya largo discurso con dos reflexiones marginales:
Dijimos al comienzo que el traje de Carbajales ha representado a la provincia de Zamora en ocasiones solemnes y oficiales. Esto no es de ahora, sino que viene de muchos años atrás. Existen testimonios gráficos desde la época del daguerrotipo y aún bastante anteriores (varias litografías) hasta nuestros días. Tal vez ello se debió a ser el más llamativo de la región. O, quizás, existió de por medio una razón histórica: Alba perteneció casi siempre a Zamora, teniendo sus condes, durante centurias, una influencia notable en la vida de la ciudad y su distrito. Como es bien sabido, no puede afirmarse lo mismo de otras comarcas. En el siglo XVI la actual provincia de Zamora estaba constituida por tres: Zamora, Toro y Tierras del Conde de Benavente. A finales del siglo XVIII (época a la que tantas veces hemos aludido en el artículo), según los mapas del reino de León, publicados por López, existían dos provincias dentro del terreno de la actual: Zamora (con los partidos de Monbuey, Tábara, Alcañices, Carbajales, Tierra del Pan, Tierra del Vino y Sayago) y Toro (sólo Toro, aunque más extenso que el actual). Hasta 1833 no se organizaron las provincias con los límites de hoy; el partido de Villalpando fue agregado a Zamora en 1894. Contra el anterior razonamiento puede argüirse que si Alba perteneció casi siempre a Zamora, también perteneció Sayago, con traje regional muy bonito.
Por eso, me inclino a creer que, en la elección del traje carbajalino como representativo de Zamora, ha influido inconscientemente el hecho de ser el mejor ejemplar de una forma indumentaria que define a Zamora y a toda la región Oeste. El “inconsciente colectivo” operó en esta ocasión de la manera más adecuada. Naturalmente, se trata de una simple sospecha, pero que va muy en consonancia con todo lo que venimos diciendo.
En épocas anteriores, cuando se exhibía el traje típico de Alba como representativo de Zamora, se hacía en su doble versión: masculina y femenina. Así lo acredita la información existente. En cambio, ahora (ignoro totalmente por qué) sólo se utiliza la prenda femenina. De esta manera, nos encontramos con el extraño espectáculo de una mujer pletórica de belleza ornamental, a la que acompaña un caballero relamido que no casa –nunca mejor dicho– con ella, pues está simplemente añadido, yuxtapuesto o “arrejuntado”. Tales modos de contubernio no los puede bendecir la antropología, por constituir un pecado de “lesa cultura”. Alguna culpa han tenido en esto los mismos albenses, al haber dejado de producir el traje del varón. Los carbajalinos y habitantes de Alba estamos muy orgullosos de representar a Zamora a través de nuestra indumentaria típica. Pero, ¡por favor!, queremos que no se la mutile de esa forma tan inicua.
El artículo sólo quiere ser un aperitivo que incite a otros a proseguir la tarea. Para facilitarla –escribí en una ocasión– sería muy conveniente organizar una exposición del traje de Carbajales, en sus formas antigua y moderna. La Exposición del Traje Regional, celebrada en Madrid en 1925, fue el punto de partida para muchos estudios e investigaciones. En las arcas de los pueblos de Alba y en las casas de los emigrados existen todavía piezas arcaicas y muy valiosas. Con ellas y las que hay en el Museo del Pueblo Español, en el Instituto de Valencia de Don Juan, etc., se podría montar una exposición interesante, que ayudaría a recomponer el mapa cultural de Alba y de toda la provincia. Por otra parte, el encuentro y conocimiento de las raíces impedirían deterioros y malformaciones posteriores. Las autoridades pertinentes tienen la palabra. Muchos particulares –entre ellos me cuento– estamos dispuestos a ayudar, poniendo nuestro minúsculo grano de arena.
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