La Biblioteca de Cultura Tradicional Zamorana y Francisco Rodríguez Pascual.
Juan Manuel Rodríguez Iglesias.

La Biblioteca de Cultura Tradicional Zamorana (BCTZ) nació hacia 1999 en el salón del piso donde residía Paco en la Cuesta de Santi Spiritus. Sentados a la mesa, que siempre tenía llena de papeles de borrador para el último artículo que estaba preparando, o de los libros que estaba leyendo, comenzamos a hacer una lista de títulos que podían componer una colección de libros de Cultura Tradicional Zamorana. Como hicimos una larga lista de títulos (en aquel momento nos salieron más de treinta), decidimos llamar al proyecto Biblioteca de Cultura Tradicional Zamorana. Largo y contundente.

Pero el verdadero origen de la BCTZ hay que buscarlo un año atrás. Y quien escribe estas líneas también tiene en su memoria ese momento. Paseábamos una mañana de sábado por la Rúa Mayor. Paco se paró, y, como tomando una decisión que había estado madurando desde hacía tiempo, me dijo: “Esta misma tarde empezamos. Te voy a proponer que organicemos todo lo que tengo escrito en los periódicos…” Y aquella misma tarde nos acercamos a Carbajales. Me enseñó lo que él ya había organizado, los primeros artículos de finales de los años 70 y todos los publicados a lo largo de los años 80. Eran dos tomos de fotocopias de artículos de El Correo de Zamora, de El Adelanto de Salamanca y de La Gaceta de Salamanca, ordenados cronológicamente. El resto de artículos publicados hasta ese momento estaban dentro de varios montones de periódicos. Era el otoño de 1998. Aquella tarde sólo contemplamos la tarea que nos quedaba por hacer. Para animarme en la labor, me invitó a merendar en Rabanales. Paco seguía las mismas costumbres de mi abuela: “En mi pueblo tienen por costumbre que a quien te va a ayudar en algún trabajo (alguna gera, dirían los albalistanos), le tienes que invitar a comer, para que empiece más animado.” Y así lo hizo él. Aquel año estuvimos sacando artículos de los periódicos que había guardado. Algunos ya los había olvidado, y le causaba cierta satisfacción volver a verlos. Artículo a artículo fueron componiéndose carpetas por años, 1991, 1992, 1993…hasta ese año de 1998. Los artículos se fotocopiaban,  y hacíamos un tomo por año de unas cien fotocopias cada tomo. Algunos artículos ocupaban una página, pero otros, como los de las Hojas de Cultura Tradicional, llenaban dos y tres páginas. De algunos años salieron dos tomos. En años posteriores seguimos haciendo lo mismo, de modo que hasta el 2007 compusimos más de 15 dossieres de artículos. En los últimos años, cuando ya dejó de publicar las Hojas de Cultura Tradicional, el número de artículos por año disminuyó.
Con todo este material se podía hacer algo más que un libro… ¡Una Biblioteca!  Al principio, la idea no estaba muy clara, pero al final de 1999, con motivo del homenaje que le hizo en Salamanca el Centro de Estudios Ibéricos y Americanos y la Sociedad de Estudios Literarios y Humanísticos “Alfonso Ortega Carmona” por sus cincuenta años publicando y colaborando en la prensa escrita, en el cual se presentó un libro con una selección de sus artículos, el proyecto comenzó a tomar cuerpo. Después de clasificar los artículos por temas y de añadir otros artículos de revistas especializadas que los completaban, elaboramos un proyecto donde, una vez  introducido y justificado, aparecían más de treinta títulos de libros que podían salir de su obra periodística publicada a lo largo de los últimos 25 años. No eran libros que había que hacer. Eran libros que ya estaban hechos. Bastaba con ordenar los artículos de cada tema, hacerles una buena introducción y completar algunos detalles, como así lo hizo posteriormente al ir publicando cada tomo de la BCTZ.

Presentamos el proyecto a Luis González de la editorial Semuret, que no dudó en apoyarlo, y de allí pasó a la Diputación de Zamora, que tampoco tardó mucho en asumirlo. Así pudimos tener el primer tomo publicado en el año 2002. Cinco años después se habían publicado 20 tomos, 14 de los cuales formaban parte del proyecto inicial. Estoy seguro de que si la BCTZ continúa como hasta ahora, llegaremos a publicar aquellos treinta títulos proyectados. No era una ilusión, era una realidad.

Paco trabajaba cada tomo con empeño. Hacía las introducciones, situando el tema del que trataba en el contexto de la investigación actual. Incluso había publicado previamente algunos artículos en el periódico para preparar a sus lectores incondicionales. Durante estos años fueron frecuentes sus visitas a la imprenta Kadmos, donde se han ido maquetando, componiendo y editando todos los libros de la Biblioteca. Corregíamos las pruebas y él proponía las  ilustraciones, que en los primeros tomos fueron de algunos artistas e ilustradores con los que contactaba Paco, como Pedrero o Bedate. También echaba mano de su abundante fondo fotográfico, el cual todavía seguimos utilizando. Y si no había ilustraciones iba al lugar donde había que obtenerlas, como ocurrió en el libro de Justo Alejo, o en el Epítome de las Sybillas, buscando imágenes de sibyllas por todo Zamora… y las había, en la catedral y en un convento de Toro.

Como la BCTZ nació con vocación de acoger no sólo las investigaciones que ya había publicado Paco de modo disperso, sino también otras investigaciones que estuvieran en su misma línea, antropológica y etnográfica, aparecieron también otros volúmenes firmados por autores clásicos como Fray Juan Gil, Rojas Villandrando o César Morán, y por autores interesados por sus mismos temas de investigación como Concha Pelayo, Jesús Barros, Luis Torrecilla o quien escribe estas líneas. Con todos trabajó cada libro desde su origen hasta su puesta en el escaparate de la librería Semuret. Cuando paseábamos por Zamora, a la altura de la librería, parábamos delante del escaparate a ver cómo tenía Luis destacada la colección, le daba una palmadita en la espalda a Paco y le decía: “Ya nos queda menos para llenar todo el escaparate con la Biblioteca…”

Publicamos cuatro libros por año, entre el 2003 y el 2006, aunque en 2005 se publicó uno más. Tenía cierta prisa en publicar todo lo que pudiera,  y cuanto antes. Visto desde ahora, sin que los demás lo supiéramos, me parece que él ya sabía que le quedaban pocos años de vida, y quería dejar cerrados el mayor número de libros posibles. Me llamó mucho la atención el interés que tomó por publicar Los Milagros de Nuestra Señora de fray Juan Gil de Zamora. Había otros libros que estaban anunciados en las solapas de los tomos de la colección desde hacía tiempo y no los publicábamos, como el libro del traje regional de Zamora o el de las mascaradas. Pero él se empeñó en que había que sacar el de la Virgen. Yo creo que quería hacer un último homenaje a Nuestra Señora antes de dejar esta vida. Y así lo hizo. En ello demostró ser un buen Filius Cordis Mariae (FCM), un buen hijo del corazón de María, como todos los claretianos. Por aquellos últimos meses nos juntábamos en alguna cafetería cercana a la estación de Autorrés en Madrid para cerrar las ediciones de los tres últimos en los que trabajó: Edades del Hombre III, una profunda y larga reflexión sobre la enfermedad y la muerte desde la cultura tradicional,  El Ciclo de Navidad I,  y el ya mencionado Los milagros de Santa María… Él llegaba de Salamanca a media tarde, y yo volvía del colegio donde trabajo. Allí intercambiábamos pruebas de imprenta e ilustraciones, y charlábamos sobre futuros proyectos. Después, cada uno a su casa. Cogía el Autorrés, y a Salamanca.

El último día que le vi en la residencia de los Claretianos de la calle del Silencio de Salamanca, tres días antes de morir, me entregó las fotocopias del tomo veinte que estábamos preparando sobre Cañizal, con Luis Torrecilla, para trabajar el original y destacar los aspectos etnográficos de aquella investigación. Le dolía todo el cuerpo y le costaba andar. Le acompañé hasta su cuarto y le dejé sentado en la cama. Le miré y me despedí desde la puerta. Cuando iba por la calle, detrás de la Catedral, hacia el coche, me di cuenta de que podría ser la última vez que viera a Paco. Hasta ese momento no quería aceptar que eso pudiera ocurrir tan pronto. Quise volver a darle un abrazo, pero no lo hice… y me he quedado con las ganas de darle ese último abrazo. Tal vez me consuele el hecho de que siempre le tengo al lado cuando estoy preparando las obras que le quedan por publicar. Y así lo creo.


Semana Santa de Zamora. Ilustraciones (carbón y acuarela) de Miguel Elías Sánchez para el libro de Francisco Rodríguez Pascual Semana Santa de los pueblos (II)

 

 

 

 


IV. EXPLICACIONES E INTERPRETACIONES.

Pero pasemos ya a la explicación e interpretación del fenómeno cultural que nos ocupa. Para ello, adoptaremos indistintamente diversas perspectivas de enfoque: geográfica, ecológica, histórica, psico-sociológica, tecnológica, artística…

Conviene comenzar afirmando que el traje carbajalino no es un hecho aislado, un islote, ni en el contexto cultural de Alba, ni en el panorama indumental de la zona Oeste.

Existen bastantes puntos de coincidencia entre el traje regional zamorano (representado generalmente por Carbajales), el leonés y el charro salmantino: basta con analizarlos ahora o comparar algunas litografías y fotografías de época para
convencerse de ello. Además de contar con muchas piezas idénticas o similares, hay
un rasgo que los hermana: el predominio de las flores y el color en el traje
femenino. Frente a la seriedad del que porta el varón, “el traje de la mujer es
de una gran belleza plástica por lo vivo y entonado de los colores”, así como
por el empleo de lentejuelas, corales, gargantillas… El tantas veces citado
profesor Hoyos opina específicamente de Zamora que “no es ya rica, es
exuberante en adorno de flores reales y fantásticas, bordados y sobrepuestos.
Sus sayas y rodaos son de una belleza e interés muy particular. Bermillo de
Sayago, Carbajales de Alba, toda la ribera del Valverde, ofrecen ejemplares
verdaderamente espléndidos” (Hoyos, L. y N. de, Manual de folklore (Madrid
1947) 217.)

Pero la fiesta visual del bordado y el color llega a verdadero paroxismo en Carbajales y Tierra de Alba. Se puede trazar una línea ascendente que parte del campo charro salmantino, atraviesa la Rivera, pasa por Sayago y termina en los Carvajales, una línea de intensificación decorativa y cromática.

En sus diversas formas de traje, conservaron estas zonas la llamada facies leonesa: hieratismo en el vestido de la hembra, carácter defensivo en el propio del varón. El traje charro femenino abunda en temas decorativos. El que emplean las mujeres de la Rivera (Villarrín, sobre todo) es parecido al charro, aunque los colores son más vivos y el bordado más recargado; una mirada superficial sobre el mismo nos hace pensar en el de Carbajales. Casi lo mismo podemos decir del armuñés: tiene mucho de charro, aunque los bordados y colores son más netos y brillantes (Manual de folklore (Madrid 1947) 82. Cfr. también el libro de García Boizas y García
Berrueta).  Pero es en la Tierra de Alba –vuelvo a repetir– donde se llega al cénit en esta lucha por el adorno y la policromía.

Recojo algunos juicios populares y de especialistas al respecto: “entra por los ojos”, “magnífica combinación de líneas y colores”, “rico colorido y bordados finos”, “faldas rutilantes por el
rico colorido como ninguna otra prenda de la variada indumentaria española”,
“bordado suntuoso, perfecto y luminoso por su rica policromía”, “el juego
cromático de una vistosidad, de una grandiosidad y de unos efectos
espectaculares”, “juego de colores haciendo cambiar el ritmo de la luz, el orden
del espectro”, etc. Queremos subrayar especialmente la idea –se debe a González
de Mena– de que el colorido del traje de Carbajales supera al de cualquier otra
región. No estoy de acuerdo con la opinión de N. de Hoyos, cuando asegura que
el traje charro salmantino, concretamente el que corresponde a la zona de la
capital, “es el más rico de España y casi vale tanto como decir del mundo… El traje
de la charra… presenta como una síntesis de diversos bordados en el que se
emplean sedas, oro, talco y pedrerías… El traje charro es, en cuanto al adorno,
como una síntesis de los de España, pues en su ejecución encontramos materiales,
procedimientos, bordados, etc., que se reparten aislados en otros trajes” (Hoyos,
N. de, Bordados y Encajes. Col. Temas Españoles n.° 30 (Madrid 1953) 11)
Estas valoraciones se deben aplicar literalmente al traje zamorano de Tierra de
Alba, que se ha constituido, a través de la historia, en auténtico epicentro o en conclusión última del  planteamiento y desarrollo lógico de unas premisas determinadas. La misma  autora confiesa, en otra parte, que las mujeres de Carbajales han sabido cuajar  o resumir en los manteos ese mundo fantástico del bordado, “tradición que llega  hasta nuestros días”.

Antes de pasar adelante quisiera  hacer un breve paréntesis ilustrativo. Al traje  carbajalino, al baile típico y al habla peculiar  de la región los llaman también, a veces, charros los nacidos en Alba. El  vocablo (derivado según algunos del vasco txar, malo, defectuoso…)  significa originariamente rústico extravagante, ridículo, de mal gusto…, pero  también y sobre todo demasiado cargado de adornos, de colorido chillón, etc.
Así es, aparentemente, el traje charro y lo es de manera eminente el de
Carbajales. Pero en ambos casos dentro de una concepción armónica bien
conseguida. Me interesa destacar mucho esta idea. La explosión de adorno y
colorido se da siempre “dentro de un orden”. Las bordadoras de Carbajales otorgan
una importancia suprema a lo que ellas llaman “administración de los colores”.
Aquí está precisamente la clave fundamental del valor de un bordado. Y lo mismo
ocurre en Salamanca: se entiende habitualmente por charro lo que “se encuentra
recargado de colorines o excesivamente adornado, y, sin embargo, tenemos que
manifestar que el traje charro de lujo… tiene el adorno tan bien dispuesto que no
resulta excesivo, sino que está perfectamente logrado”, escribe N. de Hoyos (Hoyos,
N. de, El Traje Regional de España. Col. Temas Españoles n.° 123 (Madrid
1956)). Las anteriores consideraciones me llevaron en alguna ocasión a sugerir
la conveniencia de investigar los límites y características de la charrería,
entendida ésta como área o subárea cultural o  etnológica; opino que no es identificable con Salamanca. La Caja de Ahorros y  Monte de Piedad de Salamanca ha editado con buen acuerdo una Carpeta de  Grabados, en número de doce, que recoge las variantes del traje charro en  Salamanca, Zamora y Valladolid (Salamanca, 1981).

Pero cortemos la digresión y  prosigamos el discurso. A esta altura del mismo, cabe preguntar: ¿por qué reúne  el traje albense los rasgos que acabamos de destacar? Se han dado varias  respuestas, más o menos razonadas.

1) Felipe Olmedo opina que la  explicación radica en su origen bizantino. El adorno de paño sobrepuesto, los  adornos de las pecheras y los dibujos polícromos con que las mujeres arreglan  sus tocados de gala parecen demostrarlo: “Pensando en la razón que puede  existir para haber adoptado esta clase de adorno oriental que se transmite de  generación en generación sin perder su pureza ni arte en la combinación de  líneas y colores y que parece demostrar un gusto depurado en gentes desconocedoras  del arte, he llegado a creer que, sembrada como estuvo toda Castilla y León de  bizantinos templos, la gente del pueblo acostumbrada a contemplar aquellos  dibujos que las iglesias  decoraban y  enriquecían y las bordadas multicolores ropas del culto, llegaron acaso hasta sin darse cuenta, a copiar
lo que constantemente tenían ante los ojos hiriendo su imaginación vivamente” (Olmedo,  F., La provincia de Zamora. Guía geográfica, histórica y estadística de la  misma (Valladolid 1905)). La teoría de Olmedo es una hipótesis interesante  y que no se debe descartar a priori; pero, con los testimonios que
tenemos, no podemos elevarla por ahora a la categoría de tesis.

2) Otros han recurrido a los  antecedentes árabes para explicar el abigarrado cromatismo y las  características diseñales del traje carbajalino. Éste viene a ser entendido  como una “síntesis de la policromía que el  mundo árabe extendió desde las costas del sur por Levante y por Aragón con su  cerámica, por el centro con los bordados y la cerámica y por estas tierras marginales  del NO con los bordados”. En un tríptico de propaganda del Ministerio de  Cultura sobre Artesanía del bordado (Carbajales) se pregunta el anónimo autor:  ¿Cuál es el origen de ese bordado? Responde: “A pesar de los escasos restos que  al norte del Duero tenemos de la dominación, mejor, de la simple ocupación  árabe, es curioso cómo en el mismo término municipal de Carbajales se  encuentran varios topónimos que nos recuerdan esta indiscutible ocupación y esa  lejana civilización. Sin embargo, en el caso que nos ocupa no hay duda. En  primer lugar, la fuerza cromática y los colores preferidos que han predominado  en el bordado, rojos, azules, verdes, amarillos, sobre telas, fieltros o  pañetes, con fondos según las prendas, preferentemente negro, rojo, azul, verde.
Los motivos son siempre vegetales, florales muy simplificados, recordándonos el ataurique árabe  en su origen”. A esta opinión –compartida por algunos desde hace años– habría  que hacer varias anotaciones:

a) No se debe descartar, por  principio, la posibilidad de la influencia árabe en los bordados carbajalinos, como  en otras formaciones culturales de Zamora. Se trata de una hipótesis, y, como  cualquier hipótesis, habrá que verificarla.

b) Sin embargo, una  característica mudejar queda patente: “la de inscribir unos motivos en otros y,  probablemente es la escuela (se refiere a la de Carbajales) que más motivos  superpone” (Mª Ángeles González Mena).

c) No es cierto que los motivos  de decoración en los bordados y picados de Carbajales sean siempre vegetales, florales  y geométricos. Ya dijimos anteriormente que el traje antiguo lucía  frecuentemente motivos zoológicos (pájara, león, mariposa…) y otros de carácter religioso-cristiano.

d) En El Correo de Zamora escribí  hace algún tiempo: “El cromado de hilos y fondos ha variando muchísimo, incluso  en épocas relativamente cercanas. Las actuales combinaciones de colores no  prueban históricamente nada, y menos, referidas a tiempos tan lejanos” (Rodríguez Pascual, F., “El bordado de Carbajales”, en El Correo de Zamora, 6 de  septiembre de 1980.)

e) González Mena apunta otra  razón: “Un poco más lejos queda la relación que puedan tener (los bordados carbajalinos)  con los atauriques árabes, como algún escritor ha señalado, ya que la  influencia del arte musulmán fue escasa en estas tierras al ser pronto  repobladas por cristianos” (González de Mena, M. A., “El bordado zamorano”, en Narria,  n.° 20 (dic. 1980) 16.), sobre todo por advenedizos del norte de la Península,  hecho que refleja la toponimia (Caro Baroja).

3) La misma autora del Catálogo  de Bordados… ofrece una explicación, no genético-histórica, sino más bien  sincrónico-comparativa. Hablando del bordado, base fundamental del traje,  afirma: “Las circulares recuerdan en muchas ocasiones a las vidrieras góticas de estilo  trilobulado, cuatrifoliado, etc., que forman rosetones y se conservan en  nuestras catedrales españolas” (Ibidem.)

Quiero contar una anécdota a este  respecto. Proyectaba en cierta ocasión a un grupo de alumnos una diapositiva de  un delantal perteneciente al traje carbajalino. Al preguntar qué era aquello,  la respuesta fue rápida y unánime: una vidriera gótica. Naturalmente, los  muchachos no eran especialistas en historia del arte.

4) Algunos han acudido a los  componentes barrocos del traje para interpretar su peculiaridad. En sentido  lato, ciertamente que los tiene. Barroco viene a significar lo mismo que charro:  recargado en ornamentación y colorido; este rasgo resulta indiscutible en el  traje de Carbajales. Pero no podemos decir lo mismo si hablamos en sentido  riguroso o académico. Los motivos decorativos no pertenecen al estilo barroco,  aunque sí a veces algunas de las soluciones técnicas. El modo de entender el  arte que tuvo el barroco rimaba muy bien con la idea que alimentó el bordado
popular. Durante ese período, este último se  incorporó al traje popular de una forma plena.

5) González Mena opina que el  estilo del traje de Alba es castellano, “con los motivos enteros, bien  trazados, colorido fuerte… (se refiere al bordado)” (Ibidem.) Habría que añadir  que conserva también rasgos fundamentales de la facies leonesa y algún influjo  de zona de la vertiente galaico-portuguesa: “en Zamora y en Salamanca hallamos influencias  claras de las vecinas Galicia y Portugal”.

6) Casi todas las explicaciones  anteriores adolecen de debilidad congénita. Resulta difícil –por no decir  imposible– encontrar las raíces históricas del traje de Carbajales y de  cualquier otro traje popular. Hasta ahora, sólo se han podido espigar testimonios  sueltos, con los cuales no se puede recomponer ab ovo el proceso entero.  Yo abundo en la idea de A. C. Floriano Cumbreño. Hablando de los bordados
populares, anteriores a los trajes y, en parte, base de los mismos, dice: “Un
bordado popular puede ser de cualquier época” (Floriano Cimbreño, A.C., El
Bordado
(Barcelona 1945) 41.). Es algo ucrónico (sin tiempo),  porque en él van retazos de la España primitiva, celta, ibera, romana, árabe,  cristiana… Cumbreño describió perfectamente las dos grandes corrientes del bordado hispano: oriental y
occidental. Señaló también con claridad las principales etapas históricas:
ciclo bizantino (ss. XII-XIII), período gótico de los siglos XIII-XIV (con las variantes
árabe y cristiana), bordado cuatrocentista, del Renacimiento, del Barroco, del
Rococó, etc. Si los bordados “eruditos” pueden ser encasillados en cualquiera
de dichas etapas y corrientes, no ocurre así con el “popular”, que a veces
acumula todas ellas.

7) Ante la dificultad de  recomponer el proceso histórico del traje popular, muchos han optado por  explicaciones de otra índole: geográficas, psico-sociales,  económicas… Veamos algunas  muestras.

a) El bordado carbajalino se  inspira en la naturaleza. Más concretamente en una estación del año: la  primavera. En estas tierras esteparias, átonas, pardas y áridas de por sí, la  primavera constituye una auténtica e inesperada explosión de color y alegría.  El fenómeno ofrece unas dimensiones que no se encuentran en otras latitudes.  Pues bien, el bordado de la Tierra de Alba sería un intento de capturar y fijar  ese momento efímero y exultante de vida pictórica. Su riqueza floral y su  enorme matización cromática es eso lo que busca, según muchos de los  carbajalinos interrogados. Incluso nos llegaron a decir algunos de los  informantes que en los dibujos se recoge el proceso o secuencia  evolutiva de la flor:

– verde en la base

– rosa en el centro

– rojo fuerte en el exterior.

Los poetas –intérpretes válidos  del pueblo– han hecho a veces una lectura similar a la que acabamos de  mencionar. Luis Cortés, en sus Añoranzas y antigüedades de Zamora, dedica un  soneto a la Carbajalina. Comienza con estos dos cuartetos:

No exhibe de  color tanta viveza

ni más ricos  matices prisma herido

por el rayo de  luz, como el vestido

de Carbajales  feminil majeza.

 

Ni el prado por  abril luce riqueza

de floración,  como brotó el tejido

en gabacha y  manteos, estallido

triunfal que  domeñó a naturaleza.

 

En otro soneto, titulado Tierras  de Alba y Aliste, contraponiendo el traje al medio en que aparece, se expresa  de esta manera:

Más viva está la  gracia y donosura

y vivo el  colorido de las flores

que brota en tus  bordados y perdura.

 

b) También se podría pensar –en  interpretación que continúa las últimas palabras de Cortés– que el traje no es una  prolongación del medio geográfico tal como se presenta en primavera, sino un  complemento del mismo en situaciones normales. El espíritu del pueblo ha puesto  en el traje –porque lo necesita de forma vital– aquello que no encuentra en el  entorno. Si la capa de chiva sintoniza, rima perfectamente con el ambiente, el traje significaría  una ruptura brutal con él, aunque en busca de la plenificación. En otras  palabras, el hombre de Alba estaría siguiendo, sin darse cuenta, el sabio  consejo de Antonio Machado:

Busca tu complementario,  que marcha siempre

contigo y suele  ser tu contrario.

 c) Para algunos, el traje es  simplemente un texto o unidad cultural, cuya lectura sólo se debe hacer dentro del  contexto o sintaxis general. Dicho contexto se define por la ostentosidad,  extroversión, alegría, vitalidad, comunicabilidad, afición a las fiestas… de la  gente que puebla el antiguo Condado de Alba de Liste. Contra esto se puede  argüir que, si la anterior caracterización es válida para la Villa, quizás no
lo sea tanto para otros lugares de su tierra. En el primer caso, cabe explicar  el modus vivendi o essendi por la capitalidad comarcal,  circunstancia que no concurre en los demás pueblos.

d) En cierto libro de Geografía  regional de España, de mucho éxito en ambientes universitarios, he leído que la  fuerte personalidad socio-cultural (manifestada, entre otros aspectos, en su  indumentaria típica) de las comarcas zamoranas de Aliste, Alba y Sayago está  íntimamente vinculada a las grandes extensiones de terreno comunal que poseen.  Por lo que se refiere a Tierra de Alba, es especialmente verdadera la segunda  parte de la afirmación. Cuando el Conde de Alba de Liste, Don Diego Enríquez de  Guzmán, concedió en 1549 como “fuero perpetuo infiteusi (usufructo) para  siempre jamás á vecinos é moradores que son é por tiempo fuesen de la dicha mi  Villa de Carbajales y lugares de su tierra  o jurisdicción los términos, montes, heredades, viñas, egidos, cañadas e abrevaderos”,  buena parte del término del Condado pasó a usufructo concejil. Ahora bien, si  es cierto lo anterior, la relación entre propiedad común y personalidad cultural  resulta al menos problemática.

e) Entre las explicaciones  “económicas”, podríamos citar también la del economista catalán don Pedro Corominas.  En un curioso estudio publicado en 1971, El sentimiento de la riqueza en  Castilla,  defiende la tesis de que el castellano-leonés tiene una clara preferencia por  los bienes muebles, debido esto quizás “a la larga permanencia… en una alta  meseta, donde la inclemencia del medio físico y la escasa productividad del  suelo libertó al hombre de los atractivos de la tierra”. Esto ayuda a
comprender la riqueza ornamental de los trajes, que mereció más de una  pragmática condenatoria por parte de nuestros reyes: “El estudio del traje  popular español basta para ver que el norte es zona donde el lujo en el vestir  ha sido pequeño. En cambio, difícilmente puede encontrarse en Europa una parte  donde los trajes de los aldeanos de posición regular sean tan ostentosos como  en Salamanca y donde haya más gusto por el adorno personal. Junto al foco  salmantino, podemos recordar otros leoneses, zamoranos…” (Corominas, P., El  sentimiento de la riqueza en Castilla (Madrid 1917) 217.) Un autor  desconocido del siglo XVIII justifica hasta  cierto punto el derroche ornamental: “Convengo en que hay ciertos Reynos en que  además de no ser perjudicial en lo político el luxo de los adornos mugeriles,  forma una gran parte de su industria, de sus rentas, y de su comercio; y que en vez de cortarlo, conviene  aplicarle algunosfomentos…” (Anónimo. Discurso sobre el luxo de las señoras  y proyecto de traje nacional (Madrid 1778) 17 ).

f) Yo, que en la vida pretendo  ser siempre más sintético que ecléctico, opino que en la creación y sucesiva elaboración  del traje típico de Alba han confluido diversos factores: históricos,  culturales, geográficos, políticos, económicos… Todos ellos fueron filtrados a través  del espíritu, de la personalidad de base de un grupo que labró su identidad  dentro de un marco administrativo (condado), religioso (vicaría) y ecológico (comarca  natural). El filtro funcionó como catalizador de las esencias que se  encontraban diseminadas en la zona oeste de la Península y que se condensaron especialmente  en Zamora. El traje carbajalino sería –esta es mi tesis– el máximo exponente de  todo un modelo cultural de indumentaria.

g)  Para terminar este apartado, quiero hacer una breve alusión al dimorfismo ornamental  que existe entre el traje masculino y el femenino. Si el de la mujer, según
hemos explicado, es un estallido de vitalidad, brillantez y color, el del varón  se caracteriza por lo contrario: la sobriedad, la robustez, la opacidad, el ascetismo…

Como el Negrillo  del Fuerte

tú, como el  roble del monte,

castillo en el  horizonte,

señor del tiempo  y la suerte.

Sarda
(soneto titulado Carbajalino)

 

El primero cumple  fundamentalmente una función de adorno; el segundo, de abrigo. Estos rasgos son  comunes a casi toda la indumentaria típica de la zona Oeste de España. La  interpretación del fenómeno puede ser, en principio, dual: a) Cabe explicarlo  como simple nota de una realidad más vasta: el matriarcado, b) O, también, como  señal y símbolo de una cultura machista:
el varón exhibe cual objeto valioso a la mujer, a veces perdida entre  tanta fronda. Según me han dicho, en algunas partes de Salamanca –no sé si  ocurre lo mismo en Zamora– se enjaeza y adorna a las mulas en las mismas  ocasiones en que las mujeres lucen sus bellezas típicas. Teniendo en cuenta el pattern  o modelo cultural del área que estudiamos, me inclino más por la primera  interpretación.

V.CONSIDERACIONES FINALES

Concluimos este ya largo discurso  con dos reflexiones marginales:

Dijimos al comienzo que el traje  de Carbajales ha representado a la provincia de Zamora en ocasiones solemnes y  oficiales. Esto no es de ahora, sino que viene de muchos años atrás. Existen  testimonios gráficos desde la época del daguerrotipo y aún bastante anteriores  (varias litografías) hasta nuestros días. Tal vez ello se debió a ser el más llamativo  de la región. O, quizás, existió de por medio una razón histórica: Alba  perteneció casi siempre a Zamora, teniendo sus condes, durante centurias, una  influencia notable en la vida de la ciudad y su distrito. Como es bien sabido, no  puede afirmarse lo mismo de otras comarcas. En el siglo XVI la actual provincia  de Zamora estaba constituida por tres: Zamora, Toro y Tierras del Conde de  Benavente. A finales del siglo XVIII (época a la que tantas veces hemos aludido  en el artículo), según los mapas del reino de León, publicados por López,  existían dos provincias dentro del terreno de la actual: Zamora (con los  partidos de Monbuey, Tábara, Alcañices, Carbajales, Tierra del Pan,  Tierra del Vino y Sayago) y Toro (sólo Toro, aunque más extenso que el  actual). Hasta 1833 no se organizaron las provincias con los límites de hoy; el  partido de Villalpando fue agregado a Zamora en 1894. Contra el anterior  razonamiento puede argüirse que si Alba perteneció casi siempre a Zamora,  también perteneció Sayago, con traje regional muy bonito.

Por eso, me inclino a creer que,  en la elección del traje carbajalino como representativo de Zamora, ha influido  inconscientemente el hecho de ser el mejor ejemplar de una forma indumentaria que define a  Zamora y a toda la región Oeste. El “inconsciente colectivo” operó en esta  ocasión de la manera más adecuada. Naturalmente, se trata de una simple sospecha,  pero que va muy en consonancia con todo lo que venimos diciendo.

En épocas anteriores, cuando se  exhibía el traje típico de Alba como representativo de Zamora, se hacía en su  doble versión: masculina y femenina. Así lo acredita la información existente.  En cambio, ahora (ignoro totalmente por qué) sólo se utiliza la prenda  femenina. De esta manera, nos encontramos con el extraño espectáculo de una  mujer pletórica de belleza ornamental, a la que acompaña un caballero relamido que  no casa –nunca mejor dicho– con ella, pues está simplemente añadido,  yuxtapuesto o “arrejuntado”. Tales modos de contubernio no los puede bendecir  la antropología, por constituir un pecado de “lesa cultura”. Alguna culpa han  tenido en esto los mismos albenses, al haber dejado de producir el traje del  varón. Los carbajalinos y habitantes de Alba estamos muy orgullosos de  representar a Zamora a través de nuestra indumentaria típica. Pero, ¡por favor!,  queremos que no se la mutile de esa forma tan inicua.

El artículo sólo quiere ser un  aperitivo que incite a otros a proseguir la tarea. Para facilitarla –escribí en  una ocasión– sería muy conveniente organizar una exposición del traje de Carbajales,  en sus formas antigua y moderna. La Exposición del Traje Regional, celebrada en  Madrid en 1925, fue el punto de partida para muchos estudios e investigaciones.  En las arcas de los pueblos de Alba y en las casas de los emigrados existen  todavía piezas arcaicas y muy valiosas. Con ellas y las que hay en el Museo del  Pueblo Español, en el Instituto de Valencia de Don Juan, etc., se podría montar  una exposición interesante, que ayudaría a recomponer el mapa cultural de Alba y de toda la provincia. Por  otra parte, el encuentro y conocimiento de las raíces impedirían deterioros y  malformaciones posteriores. Las autoridades pertinentes tienen la palabra. Muchos  particulares –entre ellos me cuento– estamos dispuestos a ayudar, poniendo  nuestro minúsculo grano de arena.

BIBLIOGRAFÍA

ANÓNIMO, “Artesanía del Bordado  (Carbajales)”. Tríptico.

ANÓNIMO, “Traje”, artículo en el Diccionario  Espasa (1928).

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Posteado por: rodriguezpascual | 14 abril 2011

ALIZACE


ALIZACE

“ALIZACE” O ZANJA PARA LOS CIMIENTOS

 

La Opinión. El Correo de Zamora

Jueves, 26 de junio de 2003.

 

Francisco Rodríguez Pascual.

 

Me han dicho que se ha abierto una página web, destinada a recoger los vocablos y modismos dialectales o populares que aparecen en las hablas de las diversas comarcas zamoranas. Estimo que se trata de una iniciativa merecedora de las mayores alabanzas. Como he escrito en bastantes ocasiones, debido a la ubicación de la provincia y a su aislamiento histórico-geográfico, el patrimonio lingüístico de la misma es muy rico y de una enorme variedad; así lo están reconociendo algunos de los mejores filólogos de España.

Una vez hecha esta pequeña y obligada introducción, paso a responder a varios de mis lectores, interesados por la palabra “alizace”, que dejé deslizar en uno de mis artículos anteriores.

El término “alizace” está recogido por el Diccionario de la Real Academia Española, con el siguiente significado: “Zanja, y en especial la que se abre para poner en ella los cimientos de un edificio”. En los diccionarios regionales, y ciñéndonos a los de carácter general, antiguos y modernos, constatamos que suelen subrayar el “hecho”, cuestionable como veremos, de que el vocablo “alizace” (o cualquiera de sus variantes coloquiales: lizace, lizaz, lizaque, arizaque…) es muy antiguo; y más que antiguo, anticuado y en desuso.

El Diccionario de Autoridades (1726) ya nos ofrece esta opinión sobre el mismo. Pascual-Corominas va aún más lejos en su Diccionario Critico Etimológico, afirmando que “el vocablo, raro en Castilla, es propio del portugués (alicerce), del gallego (idem) y del aragonés (alacet)”. Desconozco por completo el antiguo dialecto aragonés. De las lenguas portuguesa y gallega, sí puedo asegurar que la palabra “alicerce” se encuentra actualmente en pleno uso, con la significación antes apuntada. Y debo añadir que la modalidad castellano-leonesa “alizace” es también de uso corriente en gran parte de la provincia de Zamora. Precisamente, en aquella parte que está más cerca de Portugal y Galicia: Aliste, Alba, Sayago, Castrotorafe, Sanabria… Cualquier ciudadano de estas zonas (sobre todo de las primeras) sabe perfectamente qué significa “alizace” o “lizace”, palabra que empleará seguramente con mayor frecuencia que el sinónimo “cimiento” ¿por qué, una vez más, nos han preterido o ignorado ciertos especialistas a la hora de realizar algunos de sus estudios lingüísticos comparativos? ¿Por qué no nos mencionan? Aunque la pregunta había que dirigirla más bien a los mismos zamoranos: ¿Por qué nos hemos ocupado y preocupado tan poco de nuestro acervo idiomático, ruborizándonos a veces de exhibirlo, por considerar que se trata de una mera antigualla?

Para mi gusto, el vocablo “alizace” tiene un valor semántico notable, ya que se refiere de una manera muy directa y concreta a la “zanja para sentar los cimientos de un edificio”, tal como lo define el Diccionario Hispánico Universal (Buenos Aires 1959). De aquí ha pasado a significar la zanja y el cimiento constructivo en general; y de forma figurada, la base de alguna cosa, el principio, el sustentáculo, el fundamento… Los portugueses y brasileños llaman “sem alicerce” al individuo frívolo, arbolario, botarate, inconsistente, ligero de cascos.

El otro día, en mi pueblo de Carbajales, mientras tomaba el fresco a la puerta de casa, en la Plaza Mayor, oyendo el agudo piar de una nutrida banda de vencejos que pasaba una y otra vez por encima de mi cabeza, pude escuchar este juicio acertado de labios de un vecino: “Fulano de Tal está mal hecho; parece que le han construido sin “lizaces”. ¿Cuánta gente sin “lizaces” o “alizaces” habrá en nuestra querida provincia de Zamora? ¿Cómo subsanar ese fallo tan importante de construcción psíquica, o quizá psicosomática? Que responda el buen amigo Dr. José Miguel Diego Gómez, gran conocedor de nuestras tierras y de nuestras gentes. Tal vez, una población humana fácil de diagnosticar (posiblemente, no tan fácil de curar) sería la de nuestros políticos. Pero antes de comenzar la “jera”, convendría registrar la palabra clave: “Alizace”. Palabra de origen árabe, como otras del vocabulario médico-farmacéutico.

 

Posteado por: rodriguezpascual | 13 abril 2011

ABANTARSE.


ABANTARSE.

¡ESTÁ QUE SE ABANTA!

La Opinión. El Correo de Zamora

Miércoles, 26 de marzo de 2003

Francisco Rodríguez Pascual.

Días atrás tuve que ir a Carbajales. Empleé para ello el transporte público: un microbús, que sólo funciona por la mañana. En él, íbamos apelotonados unos catorce viajeros, llevando maletas, maletines y bultos sobre las rodillas. Con temor y temblor, pasamos el puente de Manzanal, famoso ya por los plenos agitados de la Diputación y las manifestaciones callejeras multitudinarias. Nuestro miedo a transitarlo se debía, por supuesto, a su flagrante falta de seguridad, con el agravante en las copiosas e incesantes lluvias de los últimos meses. Realmente, impresionaba, daba pánico comparar la enorme masa de agua —parecía un mar— con la alarmante endeblez en la construcción del puente de marras.

Recuerdo que, mientras lo pasábamos con auténtico miedo, un vecino de Muga de Alba, quizá para hacernos olvidar el mal momento, exclamó: «¡Está que se abanta!». Naturalmente, se refería al pantano. He aludido más de una vez en mis escritos al verbo “abantar” o “abantarse”. A petición de algunos de mis lectores, voy a decir sobre el mismo algunas cosas más, pues creo que bien lo merece el asunto, desde el punto de vista filológico.

El verbo está recogido en varios diccionarios, como el de María Moliner, el Vocabulario Salmantino de Luis Cortés o el Diccionario de la Real Academia Española. En todos ellos aparece como un salmantinismo. Donde se dan más amplias referencias de la mencionada palabra es en la Enciclopedia del Idioma, de Martín Alonso. Explica de esta forma su significado: “Abantar (Salam.)= rebasar el líquido por efecto de la demasiada ebullición”. Y pone como ejemplo esta locución popular: “Retira la leche, que ya abanta”.

La inercia investigativa y el secular desinterés de los zamoranos por sus formas dialectales ha determinado que se repita una y otra vez, copiando literalmente unos diccionarios de otros, que el verbo “abantar” es exclusivo de Salamanca. En realidad de verdad, dicho verbo sigue siendo de uso corriente en varias zonas de Zamora, que no limitan precisamente con la provincia salmantina. Estoy pensando en Aliste, Tierra de Alba, Tábara, Castrotorafe… Aunque existe alguna diferencia idiomática entre el “abantar” salmantino y el zamorano. En Salamanca es un verbo intransitivo: “Abanta el agua que hierve”. Al contrario, en Zamora tiene carácter reflexivo: “Se abanta la leche que está puesta en la lumbre”.

Como ocurre en otras ocasiones, la frase admite utilización directa e indirecta o metafórica. Del embalse totalmente lleno puede decirse que se abanta, que está a punto de rebasar. También puede afirmarse del sujeto humano pleno de facultades o especialmente brillante en sus actuaciones públicas: “Está que se abanta”. Durante los últimos años se ha puesto en circulación la frase “está que se sale”. Al parecer, ahora se usa más la expresión “está sobrado”. El otro día, pude escuchar a unos jóvenes carbajalinos, mientras veían por televisión, en un bar del pueblo, cierto partido del Real Madrid, en el cual Raúl demostraba, una vez más, sus innegables dotes futbolísticas: «Está que se abanta». Querían decir que está a punto de salirse, de desbordarse, de romper cualquier techo convencional en el mundo del balompié. Me alegré, no sólo por lo que se refiere al delantero del Madrid, sino también y sobre todo porque las nuevas generaciones conservan las viejas palabras, con las cuales se han comunicado, siglo tras siglo, sus gloriosos ancestros.

Se suele afirmar, por parte de los entendidos en la materia, que “abantar” o “abantarse” son vocablos de origen incierto, aunque algunos les asignan procedencia vasca. No estoy capacitado para pronunciarme en este punto. Mucho, muchísimo me gustaría saber la etimología del precioso verbo. Como también me gustaría conocer su posible relación con otras palabras de la zona. Por ejemplo, “abantal” o “bantal”, que significa delantal. O “abanto/abantón”: ave de rapiña semejante al buitre, que algunos identifican con el alimoche. No creo que estos vocablos tengan nada que ver con el adjetivo  “abanto”, aplicado al toro en la plaza (y de forma oblicua al ser humano) para significar su carácter distraído, aturdido, torpe…, al menos inicialmente. La persona que se abanta no acostumbra a tener esta forma de ser y de actuar.

Y termino con un consejo desinteresado. Aquellos a quienes gusten las situaciones  grandiosas de riesgo, transiten el puente de Manzanal sobre el embalse del Esla, que “está que se abanta”. De paso, podrán comprar o degustar en Carbajales su rico pan y su sabrosa ternera. O podrán admirar, una vez más, esos bordados que son únicos en el mundo.


3. MOTIVOS ORNAMENTALES

Suelen ser éstos múltiples, no existiendo pautas estrictas para la selección de los mismos. Se deja, en parte, vía libre a la creatividad de las bordadoras, por lo que resulta una labor eminentemente artesanal. Según Maravillas Segura, en Bordados populares españoles, existen estos temas decorativos en el bordado de España:

– antropomorfos

– zoomorfos

– fitomorfos

– geométricos

– epigráficos o inscripciones

En la larga historia del traje de Carbajales han destacado siempre los temas fitomorfos, es decir, florales o vegetales en general. Como dice don Luis de Hoyos, se trata de una característica ornamental muy extendida en toda la zona Oeste. La encontramos con profusión en el traje charro salmantino, en el de la Rivera (frontera de Zamora con Portugal), en el del Llano o armuñés, en el de Sayago… El traje carbajalino de la mujer ofrece, cual ningún otro, un auténtico derroche de flores, hojas, zarcillos, rosas, tréboles, capullos, corazones, campanillas, tulipanes, pensamientos, azucenas, cadenetas, motas… y otras figuras geométricas difícilmente identificables.

En todos los diseños existe una inclinación hacia la estilización o geometrización. Se ha generalizado la siguiente clasificación de los motivos del bordado:

– geométricos: Norte

– naturalistas: Levante

– estilizados o geometrizados: Meseta (en ella va incluida Zamora).

En el traje popular de Alba predomina, efectivamente, los “motivos florales de carácter naturalista, de rico colorido y bordados en lana fina”. Pero la tendencia hacia la  geometrización hace que, a veces, resulten difícilmente identificables. ¿Y qué decir de los motivos animales? ¿Están ausentes, como se ha afirmado con cierta obstinación? Para responder adecuadamente a la pregunta, hay que distinguir entre el traje primitivo y el actual.

1) En el traje primitivo aparecen con frecuencia dos motivos zoológicos: 1.° La pájara o paloma, que a veces semeja un gallo, pues suele tener cresta (¿acaso por influencia portuguesa?) 2.º El león, símbolo que ya encontramos en Egipto, Persia, Grecia, Roma… y que aquí adopta la figura de “rampante coronado” o simplemente pasante. González Mena habla también de la presencia de mariposas, extremo que no hemos podido comprobar en el traje, pero que aparece de manera relevante en el fragmento de repostero carbajalino del siglo XVII, que se halla en el Instituto de Valencia de Don Juan, fundado por los Condes de dicho título. En el traje salmantino también existen los dos primeros temas de adorno: la pájara (frecuentemente paloma con rama de olivo en el pico) y el león (algunos salmantinos le llaman “perro”); tiene además el pez y otros animales como motivo ornamental, cosa que no hemos descubierto en Tierra de Alba. Tampoco hemos descubierto intenciones simbólicas ordinarias ni finalidades mágicas en las muestras que hemos analizado, a no ser en el mandil, pieza funcional destinada originalmente a preservar de la suciedad, pero que ha acumulado con frecuencia símbolos de virginidad (“huerto cerrado”) o de fecundidad (“jardín florido”).

De cualquier modo, la decoración floral o fitomorfa domina siempre el conjunto. Los animales parecen estar allí en función del decorado vegetal, recordando un poco la cerámica de Azaila. Efectivamente, suelen ir “afrontados a formaciones arbóreas más o menos realistas”. Y esto ocurre lo mismo en los dibujos del manteo y delantal, que en el realizado sobre algunas camisas. Un traje carbajalino de mujer, existente en el Museo del Pueblo Español, sirve de ejemplo a lo que estoy diciendo: las mangas de la camisa están adornadas con una especie de planta trepadora, escoltada por los citados animales, que arranca desde un jarrón colocado junto a la bocamanga y que termina a la altura del hombro, en forma de mazorca o capullo; el dibujo y la ejecución son sencillamente admirables. La planta trepadora es el árbol de la vida, de origen oriental; en otras ocasiones se pone o borda una fuente, entre dos pájaros. Pájaros y leones se repiten con frecuencia en los bordados españoles, y, de un modo especial, en los de la zona Oeste. El chaleco de niño que existe en el Instituto de Valencia de Don Juan (2.a mitad del siglo XIX), y que resulta una auténtica preciosidad, lleva decorada la pechera y dos pajaritas afrontadas en la solapa. En un manteo antiguo (¿acaso de más de doscientos años?) que posee mi familia, las pájaras están mezcladas entre las flores. Es la fusión de la vida vegetal y animal.

2) En el traje actual, es decir, en el que se confecciona sobre todo a partir de la creación del Taller-Escuela, regentado primero por la Sección Femenina y ahora dependiente del Ministerio de Cultura, han desaparecido por completo los motivos zoológicos. El deseo de uniformidad, geometría y racionalización mal entendida han conducido a un  empobrecimiento en este punto, que el mismo Taller –según parece– está dispuesto a subsanar para el futuro. Hay que evitar cualquier falsificación más o menos artística de lo popular, dice Julio Caro Baroja. Pero no se le debe impedir que viva y se desarrolle según su propia identidad.

Unas palabras, solamente, sobre otros motivos ornamentales.

En una foto de época aparece un traje antiguo de Manzanal del Barco; el delantal de una de las mujeres lleva bordado en el centro una tema religioso: la custodia eucarística. Me han dicho que existen más ejemplares con temática religiosa, incluso en Carbajales, extremo que no he logrado comprobar. Sin duda, el hecho se debe al influjo del bordado occidental o cristiano en estas tierras, no muy fuerte, pero que a veces deja constancia de su presencia. Como motivo epigráfico sólo existen –que sepamos– las iniciales de la propietaria del traje, que suelen figurar, aún ahora, de manera ostentosa en la parte superior del mandil.

4. OTROS ASPECTOS

En cuanto a otras facetas del traje popular de Alba (diseño, material, colorido, vestición…) se debe mantener también, hablando en general, la anterior distinción entre modalidad arcaica y moderna.

1) El diseño del traje antiguo es tosco y poco cuidado; los dibujos están hechos a mano, sin ayuda de “falsilla”. A pesar de estos aparentes “defectos”, la impresión de conjunto –es la que busca la bordadora– suele resultar armónica, deslumbrante y encantadoramente “naif”.

2) Los materiales de confección del traje y del bordado (lino, pana, lanas…) eran, al principio, autóctonos, y se tejían en los telares del Condado. Los colores no resultaban tan brillantes y duraderos como los actuales, ya que paños y lanas se teñían siguiendo técnicas caseras. Hoy, los materiales son importados en su totalidad; los estambres y sedas no pierden fácilmente el colorido, que es enormemente vivo, en dibujos de factura impecable. Los colores utilizados desde siempre han sido el rojo, el azul-turquesa, el amarillo y el verde. En la época actual ha ido incrementándose la riqueza cromática: azul, morado, blanco, negro…, sin que pueda faltar nunca el color rosa. El colorido del bordado se combina o conjuga con el del lienzo o pañosoporte, que también es múltiple. Las diversas combinaciones se dejan a la iniciativa de las bordadoras.

3) Características. En todo caso, el bordado carbajalino ha mantenido algunas  características a lo largo del tiempo. Mª Ángeles González Mena las resume así: “El estilo del bordado es macizado y huye del espacio vacío”. Incluso se llega a ornamentar los zapatos. Se trata de un rasgo de origen oriental.

4) La vestición. Es todo un acontecimiento social, convenientemente ritualizado. Cualquier carbajalina recuerda con emoción el día que vistió formalmente por vez primera el traje. Suelen ayudar, en este importante momento, la madre, los familiares, las amigas. La ceremonia dura frecuentemente más de una hora. Las carbajalinas están convencidas de que sólo ellas saben vestir, en la actualidad, el traje; otros pueblos del antiguo Condado han ido perdiendo poco a poco la tradición. Por supuesto, nunca ha existido ésta en los demás sitios, como Zamora, Madrid… Las carbajalinas aprenden a vestir el traje desde muy pequeñas.

5) El “aire”. Si poner bien el traje es tarea difícil, más lo es llevarlo con garbo y “aire”. Ese aire –que sólo captan las de la tierra– da verdadero sentido al traje. Luis Cortés lo entiende también así en uno de sus sonetos zamoranos. Después de describir la belleza exuberante del traje de Carbajales, termina con estos dos tercetos:

Mas fuera todo vana sinfonía,

logro tenaz de rica artesanía,

si no inflamara el aire

el cabrilleo de atuendo tan gentil,

con el avío que las mocitas dan

a su meneo, garboso andar y noble señorío.

También Ignacio Sarda, el vate llorado de la tierra, lo interpreta de parecida manera:

Cara redonda y morena

ojos de fuego y poesía

en que es llama la alegría,

en que es ceniza la pena.

Carne brava, siempre llena de baile,

ardores y brillos que aprisiona los justillos

y va en aires y voleos al garbo de los manteos

y luces de picadillos (Carbajalina).

6) Ocasiones en que se viste. No se ha formalizado ningún “día del traje” durante la historia del pueblo. Sin embargo, en algunas circunstancias ha sido habitual el uso del mismo: a) En las bodas, a lo largo de los días que duraban y con ocasión de los diversos bailes que se organizaban (el traje, como dijimos antes, ha ido siempre estrechamente unido al baile) b) Durante el Corpus y Octava: ofrenda de chocolate con marimón, baile en la puerta de los mayordomos… c) Carnaval: algunas personas lo lucían, sobre todo, el martes por la tarde d) Circunstancias especiales: visitas, concursos, fiestas familiares, actos socio-políticos…

7) Las bordadoras o artesanos. Si a partir de los siglos XV y XVI (época áurea del bordado español) se mecaniza éste, el siglo XIX representa “un retorno a la labor casera… Esta labor se feminiza… Reina el matiz sobre los demás procedimientos”. (Floriano Cumbreño, A. C., El Bordado (Barcelona 1945) 166.)  En Carbajales, donde siempre predominó el trabajo artesanal, aprenderán a bordar y elaborar el traje casi todas las mujeres. Aún hoy son pocas las que no saben bordar, con mejor o peor técnica. Lo hacen en casa, en las calles, en las plazuelas, en el Taller… Sin embargo, siempre han existido personas y aun familias especializadas en la materia. Coplas populares muy añejas, reconstruidas por “Cadelo” con testimonios de los viejos del lugar, nos hablan de “La Corrales” y “La Guardesa”:

El traje de Carlinda

costó seis reales,

que pagaron los duques

a “La Corrales”,

y el de Teresa

primoroso en colores

a “La Guardesa”.

A finales del siglo pasado existieron también algunas bordadoras muy famosas: “Las Cucas” (dos hermanas) y “La Miguelista”. En la actualidad podemos citar a “Las Borregueras”, a “La Bolina”, a “La Morica”, a Hortensia…

8) Éxito. La entrega casi comunitaria a la confección artesanal del traje explica la presencia del mismo en gran parte de los hogares carbajalinos. Es una arraigada aspiración del grupo –del residencial y del emigrado– poseer al menos un traje típico, y transmitirlo “vía femenina” a las siguientes generaciones. En la actualidad, muchos lo encargan al Taller. De éste salen trajes y bordados –ya comercializados– hacia los cuatro puntos cardinales de la Península y algunas partes del extranjero: Francia, América… Del éxito de dichos artículos da fe el periodista Manuel Vicent cuando, en un escrito reciente, afirma que allá por los años sesenta era corriente y de buen tono lucir en las casas españolas un bordado zamorano de Carbajales. Precisamente, dicho éxito determinó la creación de otros talleres en la provincia de Zamora (Toro, Corrales del Vino y Villamor de Campos), que siguen la técnica y estilo de la escuela carbajalina, aunque con resultados poco convincentes para los aborígenes de Alba.


III. DESCRIPCIÓN DEL TRAJE TÍPICO DE CARBAJALES

Con el fin de organizar un poco el asunto, comenzaremos con la enumeración de las piezas del traje; a continuación hablaremos de las técnicas del bordado, motivos de decoración y otros aspectos que puedan tener algún interés.

1.LAS PIEZAS DEL TRAJE CARBAJALINO

Salvo error u omisión, son las siguientes, tanto del vestido de la mujer como del varón

A) Vestido de mujer

1.a Manteo exterior: falda de paño (algunas veces de tela) con mucho vuelo y muy fruncida por la cintura; bordada en lana con ricos y variados colores; lleva una franja ancha que, en general, la cubre totalmente; aunque ahora es bordado, antiguamente también se empleaba el picado.

2.a Camisa: blanca, de hilo o lino tejido en telar artesano; las mangas son anchas y el vuelo recogido; los puños y el cuello están bordados en estambre o lana fina, negra o azul. A veces, en lugar de la camisa se lleva el jubón: ajustado, de terciopelo de colores y con bordado o dibujo en las bocamangas.

3.a Gabacha: especie de dengue de paño o pana, bordada en seda y con abundantes lentejuelas; va cruzada encima del jubón o de la camisa. Con frecuencia, supliendo a la gabacha, se utiliza el Mantón de Manila o el Mantón de Ramo Negro, armonizando  siempre los colores con el manteo o el rodao.

4.a Delantal o maldil: de seda o tela fina, bordado en sedas de rico colorido y con abundantes adornos de lentejuelas. Debajo del mandil se llevaba la vantal: bolso con  abertura donde se guardaban las arras o las pertenencias personales, según los casos.

5.a Cintas: van sobre la cabeza, sujetas, por lo general, al moño; se trata de dos cintas de colores, con adornos bordados y rodeadas en parte por una puntilla dorada.

6.a Caídas: dos cintas largas, colocadas encima de la falda en la parte trasera; son de tela fina y están bordadas con seda; llevan una puntilla dorada en la zona inferior.

7.a Medias: blancas, de hilo o lana, lisas o caladas haciendo dibujo.

8.a Zapatos: bordados sobre pana negra; los colores hacen juego con el manteo; a veces son sólo negros, con puntera de charol.

9.a Adornos metálicos, tal vez de origen celta o celtíbero: –pendientes de oro– gargatillas de coral u oro, terminadas a veces en cruz –botones de plata tipo charro y  gemelos en el cuello–.

10.a Otras características:

a) Los rodaos, aunque utilizados aquí, eran considerados como sayagueses; estaban  picados y se combinaban con el Mantón o Pañuelo de Manila.

b) Interiormente se llevaba la aldilla-justillo, para sujetar los manteos.

c) El mandil de picote –a veces muy artístico– era empleado los días ordinarios y no pertenecía al traje típico.

d) El pañuelo de cien colores lo llevaban las mujeres los días festivos, pero tampoco pertenecía al traje típico.

B) Traje de varón

1.a Chaqueta: de paño negro, con doble botonadura de plata; el paño era casero, hecho con la lana de las mecas (ovejas) de la tierra, y tejido y pisado en los telares y pisones de la región.

2.a Chaleco: de paño, a veces con escote cuadrado y doble botonadura, tipo charro.

3.a Camisa: de lino, con puños y pechera marcados en hilo blanco; antiguamente se usaba la camisa de picos (cuello alzado, con ondas…).

4.a Calzón o pantalón: de paño negro, hasta media rodilla; abierto a los lados; la pieza más característica es la trapa.

5.” Medias: blancas, bajas y lisas.

6.a Polainas: de paño negro, con botones de hilo negro; cubre media pierna y va por encima de los zapatos.

7.a Pañoleta o pañuelo de cabeza: de color rojo y frecuentemente rameado; va atado a la cabeza de una manera peculiar; se le llama a veces “pañuelo portugués”, quizás por razón de su origen.

8.a Faja: de color rojo y colgando hacia la izquierda.

9.a Capa alistana o capillo: no pertenece al traje típico, pero es una prenda complementaria del mismo; ha sido popular hasta nuestros mismos días, pero comienza a ser sólo típica, es decir, tipificante; se la llama también Capa de Chiva, por razón de la “chiva” o borla colgante en la parte trasera, que ha desaparecido en Tierra de Alba; Nieves de Hoyos, después de afirmar que la capa es la prenda española más generalizada en espacio y tiempo, dice de la variante zamorana: “Otra de las capas que por su adorno escapa de la homogeneidad común, es la de Zamora; Aliste, Carbajales y Benavente tienen una capa negra o parda con esclavina y capucha, donde los picados de la tijera han formado un verdadero encaje sobre la bayeta o paño” (Hoyos, N. de, El Traje Regional en España. Col. Temas Españoles (Madrid 1956). Palabras parecidas a éstas había proferido Olmedo, varios lustros antes. Existe en Miranda de Douro un tipo de capa sustancialmente idéntico. La de Alba es un poco más oscura que las otras.

Este es el tipo standard de traje regional de Carbajales. A pesar del academicismo impuesto por la Escuela-Taller, los artesanos particulares introducen frecuentes modificaciones. Por otra parte, a lo largo de la historia, el traje de Tierra de Alba ha presentado diversas formas, aunque dentro de cierta fidelidad a lo fundamental.

Recogemos a continuación algunas de las variantes.

1.a En fotos antiguas puede verse que el bordado de sayas, manteos y mandiles estaba hecho, a veces, en tablares verticales e incluso horizontales, un poco a la manera sayaguesa.

2.a Por supuesto, la falda llegaba hasta el tobillo.

3.a Al menos en ocasiones más solemnes (por ejemplo, la asistencia de una comparsa carbajalina a la primera boda de Alfonso XII en 1878), parece ser que el varón utilizaba la gorrilla de embudo o cónica, con dos borlas, una cimera y otra lateral, en lugar de la pañoleta. La gorrilla, con ligeras modificaciones, se llevó en el reino de León y parte de la meseta central; vino a suplir a la montera (piel de cordero) que seguirían empleando los pastores hasta época reciente. La gorrilla es un sombrero de fieltro negro, con capa de tronco de cono, forrado de terciopelo negro y ala con vuelta también de terciopelo. El traje charro salmantino lo conserva en sus elementos esenciales. De él ha derivado, quizás por hipertrofia, el sombrero charro mejicano. El hecho de que en Tierra de Alba hayan coincidido la pañoleta (¿de origen portugués?) y la gorrilla no tiene nada de extraño, ya que fue zona de transición. Esta circunstancia se manifiesta en otros fenómenos culturales; por ejemplo, en los instrumentos musicales. En Alba se ha utilizado profusamente la flauta y el tamboril, los instrumentos más representativos de la comarca; no olvidemos que al tío Minero, hace algunos años, se le nombró “tamborilero mayor de Castilla”. Pero también se ha empleado el fol, gaita un poco más pequeña que la gallega, que se fabricaba en varias localidades de Alba y Aliste, sobre todo en Alcañices. En ocasiones se llegó a tocar también la dulzaina, más propia del interior peninsular.

4.a Juntamente con la gorrilla, el varón solía emplear, en circunstancias especiales, un cinto ancho y polícromo (en lugar de la faja colgante), muy parecido al del traje charro.

Originariamente, según parece, tenía una función de defensa ante las embestidas de las reses bravas, muy abundantes en la región. Todavía existen algunos ejemplares –como el que perteneció al “tío Ichote” de ciertas coplas populares– de cinturón de paño, artísticamente bordado, con hebillas en la parte trasera; se utilizaba con el traje de roble en días festivos.

5.a Por último, queremos citar una forma circunstancial de traje típico. Me refiero al utilizado en las bodas. Aunque los invitados portaban con frecuencia el traje típico convencional, los novios iban ataviados de una manera distinta. El varón llevaba una capa española o castellana sobre el traje festivo de roble fino, tocándose la cabeza con sombrero de fieltro. La mujer lucía las siguientes prendas: saya o manteo liso en negro, jubón del traje típico, delantal del mismo, mantilla discreta, mantillina negra cubriendo la cabeza, calcetas blancas y zapatos del traje regional. El bonito cuadro sobre la vestición de la novia carbajalina que existe en la Diputación Provincial de Zamora y que se debe –según creo– a Segundo, no responde a la realidad. La novia no vestía en esa ocasión el traje típico habitual, como allí se sugiere, sino el específico que hemos descrito.

2. LAS TÉCNICAS DE BORDADO

El traje de Carbajales y pueblos del antiguo Condado es fundamentalmente decorativo. Por eso posee una importancia capital el bordado, arte suntuaria surgida en Egipto, 6.000 años antes de Cristo, y muy extendida entre las poblaciones campesinas en áreas extensas de Europa. El bordado se aplica a diversos trabajos menores: faldas de camilla, reposteros, alforjitas, cojines, centros, ponchos, etc. Pero “la aplicación mayor de los bordados carbajalinos (y de toda la zona Oeste) está en la indumentaria femenina”. El bordado constituye el noventa por cien del traje albense. Por otra parte, es bastante anterior al traje en sus variopintas modalidades. Por eso le vamos a conceder alguna atención.

Dice A. C. Floriano Cumbreño que “el bordado es una de nuestras artes nacionales más en armonía con nuestro temperamento y nuestra fantasía meridional” (Floriano Cumbreño, A. C., El Bordado (Barcelona 1945) 166.)

En efecto, España es muy abundante en bordados y encajes; pero “el bordado es más rico y variado en las tierras interiores de la meseta y en las serranías que en los litorales, mientras que el encaje se hace al lado del mar, generalmente, como ya lo dice la leyenda: que el encaje nació en el mar” (Hoyos, N. de, Bordados y Encajes. Col. Temas Españoles n.° 30 (Madrid 1953) 3.)

Para entender el bordado español, hay que distinguir, con Floriano Cumbreño, entre bordados “eruditos” y “populares”, así como entre comarcas “activas” y “sumergidas”, “propias” y “eclécticas”, “netas” y de “transición”. Aplicando estas distinciones al bordado carbajalino, diríamos que es popular, activo, propio y neto.

Mª. Ángeles González Mena, en su Catálogo… y en un artículo publicado en Narria, estudia especialmente el bordado de Zamora “Tiene manifestaciones muy concretas  dentro del arte del bordado con una gran personalidad. Ningún otro bordado peninsular presenta su estilo. Las zonas en que se realizan bordados típicos y con larga tradición son las comarcas naturales de “Los Carvajales” y la “Tierra de Sayago” (González de Mena, M. A., Catálogo de Bordados del Instituto Valencia de Don Juan (Madrid 1977).)

Nieves de Hoyos señala, en Bordados y Encajes, algunas características del bordado zamorano, extensibles a toda la zona Oeste:

1.a La tela suele ser lienzo casero.

2.a Se borda con hebras contadas de lana, en colores rojo, amarillo, verde, azul y negro.

3.a Se hace el bordado de dibujo a cordoncillo, juntamente con el picado.

4.a En la actualidad se plasma fundamentalmente en el traje femenino: manteo, delantal, crucero, zapatos, cintas de moño y traseras, etc. Por lo que se refiere al bordado de la llamada “escuela carbajalina”, ha sido González Mena quien mejor lo ha estudiado. Aprovecharemos sus ideas, así como las de N. de Hoyos, Floriano Cumbreño,  Maravillas Segura…, en las líneas que siguen.

A lo largo de los siglos, se han empleado tres técnicas de realización del bordado en Tierra de Alba:

1) Bordado, en sentido estricto. Se realiza sobre fieltro, paño, pañete o alguna tela que ofrezca el cuerpo suficiente para aguantar los hilos del bordado; éstos suelen ser de lana, estambre, seda, etc.

2) Picado. González Mena asegura de este procedimiento que es compartido por varias comarcas castellanas y extremeñas. Consiste en recortar con la tijera en un paño los motivos ornamentales que se colocan después sobre el tejido, también de paño, aunque de color diferente. El picado ha sido frecuentemente considerado por los albenses en menor estima que el bordado, pues exigía menor dispendio económico y escaso trabajo artesanal. Sin embargo, en Carbajales y comarca existen magníficos ejemplares de trajes picados, a veces más espectaculares y artísticos que los mismos bordados.

3) Sobrepuesto. A esta técnica se la suele llamar en Alba picado-bordado. Como la misma palabra indica, consiste en bordar sobre los motivos recortados, utilizando para ello, por regla general, trajes antiguos. Algunos autores y regiones llaman “sobrepuesto” al “picado”.

González Mena resume, en el artículo anteriormente citado de Narria, todo lo referente al instrumental del bordado en su triple forma y a la aplicación que se hace del mismo: “Todos ellos necesitan de un bastidor rectangular graduable para montar el tejido, se trazan líneas auxiliares con hilvanes para dividir el espacio en cuadrantes en los que se instalan las composiciones que constituyen la unidad o muestra. Para bordar se usa la llamada aguja capotera (pantalonera la llaman en Carbajales), dedal y dedil. Para rematar estas labores se recurre al trenzado de varias guías de lanas, de los mismos colores del bordado. También se rodean con caireles o formaciones de festón al aire en los bordes de la pieza” (González de Mena, M. A., “El bordado zamorano”, en Narria, n.° 20 (dic. 1911) 17.)

Dice a continuación que la aplicación mayor de los bordados carbajalinos está en la indumentaria femenina, así como el picado se utiliza para decorar la capa de chiva o capillo con que los hombres de las altas tierras zamoranas se protegen.


El traje típico de Carbajales y Tierra de Alba (1. Situación del tema. 2. Reflexiones sobre el traje típico.)

Francisco Rodríguez Pascual.

Stvdia Zamorensia 3 (1982) pp. 267-302.

I. SITUACIÓN DEL TEMA

Carbajales de Alba y su comarca son conocidos principalmente a través de los bordados y el traje típico. Alba y Aliste han desarrollado esta forma de artesanía al menos desde el siglo XVI, siendo Carbajales y Sejas los dos centros más importantes. Por lo que se refiere al primero, hay que subrayar la enorme aceptación social que siempre han tenido sus productos artesanales. No hace mucho, la prensa nacional se hacía cargo del éxito cosechado por el traje carbajalino en Munich y Tel Aviv. En otras ocasiones ha enfatizado también esa ola de sorpresa y admiración que levanta por doquier, fuera y dentro de nuestras fronteras. Varios premios al baile y al traje –siempre íntimamente vinculados– han venido a refrendar el interés suscitado por la indumentaria típica de Alba entre gentes de áreas culturales a veces muy heterogéneas y alejadas entre sí. Por otra parte, el traje de Carbajales y su comarca ha representado a la provincia de Zamora desde hace bastante tiempo –dos centurias al menos– en acontecimientos socio- culturales, certámenes artesanales y exposiciones folklóricas. Bien merece, por consiguiente, que le prestemos alguna atención, que le dediquemos algún estudio, más  allá de cualquier planteamiento “chauvinista”. Comenzaremos ubicando el fenómeno. Porque no se trata de un hecho aislado e insólito, sino que surge en un contexto más amplio que propicia su aparición y determina sus características.

El traje albense aparece en una zona de fuerte personalidad cultural e histórica. El protagonismo coyuntural de otras regiones españolas, económicamente más poderosas (léase Cataluña, Vascongadas, etc.), nos ha hecho pensar que la nuestra es anónima, vacía, horra de identidad y riqueza etnológica, cuando ocurre exactamente lo contrario. Al hablar recientemente con Nieves de Hoyos en el sempiternamente cerrado Museo del Pueblo Español de Madrid, recordaba algunas frases suyas y de su padre en el estupendo libro, elaborado por ambos, Manual de Folklore. Don Luis de Hoyos,  después de múltiples y controladas investigaciones con sus alumnos de la Escuela de Magisterio, llega a una sistematización de las zonas del traje popular –que son también las grandes zonas etnológicas de España, según él–, no superada todavía; el libro último de M. Comba apenas rebasa el nivel meramente descriptivo. Ofrece los resultados en un breve artículo en francés: “Les zones ethnographiques de l’ornamentation populaire espagnole” (Art Populaire, II, pp. 53- 55). Repetirán el esquema, tanto él como su hija, en obras posteriores, incluido el Manual. Dejando aparte Canarias, distingue cinco zonas etnológicas y del traje regional español:

1.a La zona Cantábrica o Norteña, que comprende desde Finisterre (Galicia) hasta el Pirineo occidental (Navarra).

2.a La zona Central: las dos Mesetas.

3.a La Levantina: incluye el Levante en sentido amplio, desde Cataluña a Murcia pasando por Baleares.

4.a La Andaluza se subdivide etnográficamente en oriental (granadina) y occidental (bética).

5.a La zona Oeste, que está integrada por el antiguo reino de León (León, Zamora y Salamanca), más Cáceres y algo de Portugal (Tras- Os-Montes). De esta zona, Luis y Nieves de Hoyos afirman lo siguiente: “Es la región nuclear y de más arcaicos elementos (culturales) de España. (Hoyos, L. y N. de, Manual de folklore (Madrid 1947) 527.)

Se trata, según ellos, de un área enormemente creadora y proyectiva. En efecto, desde ella se puede seguir la evolución en círculos concéntricos –dicen, utilizando el vocabulario difusionista– de diversos rasgos y prácticas, hasta llegar a los mismos límites de la Península.

Podían haber añadido que algunos son fácilmente detectables en el continente americano de influencia española. El profesor Hoyos se felicita en varias ocasiones de haber sido uno de los pioneros en descubrir, allá por el año 1920, la importancia etnológica de la región Oeste. Por lo que atañe al traje típico, recuerdan los dos autores la enorme impresión que produjo la “Castilla del Duero” en la Exposición del Traje Regional, celebrada en Madrid, en 1925. No dudan en afirmar de la citada zona Oeste: “Es, sin duda alguna, la región más rica de España en cuanto a los trajes regionales se refiere, y en general en muchos elementos etnográficos” (Hoyos, L. y N. de, Manual de folklore (Madrid 1947) 250.)

Por otra parte, “la etnografía y las artes populares de España son de las más ricas del mundo” (Hoyos, N. de, El Traje Regional de España. Col. Temas Españoles, n.° 123 (Madrid 1956) 3.)

Nieves de Hoyos, en el opúsculo El traje Regional de España, se expresa todavía con mayor efusión: “Podríamos enunciar con grandes pancartas que es ésta la región más variada y rica de España en cuanto al traje regional se refiere, y, ¿no implica esta  sencilla afirmación que será la más rica y variada del mundo?… En un concurso o competición… ganaría esta zona Oeste de España en riqueza y variedad de trajes a cualquier otra del mundo” (Hoyos, N. de, Bordados y Encajes. Col. Temas Españoles, n.° 30 (Madrid 1953) 12.)

Según la autora, sólo algunas regiones de Centroeuropa podrían comparársele, aunque ya a bastante distancia. De la zona Oeste partió la utilización de prendas tan importantes como el sayo, el sombrero femenino, la faja-cinturón, el chaleco de escote cuadrado…

Sin embargo, en la Exposición de 1925, la gran sorpresa fue, sobre todo, Zamora: “Descubrió en realidad Zamora para el gran público la riqueza y originalidad de su indumentaria y ajuar” (Hoyos, N. de. Bordados y Encajes. Col. Temas Españoles, n.° 30 (Madrid 1953) 13.)

Años más tarde escribe N. de Hoyos: la provincia de Zamora “no queda a la zaga, sino más bien supera a la de León en cuanto a la variedad y riqueza de trajes”.

En el Museo del Pueblo Español, que recoge buena parte de lo presentado en la Exposición, existe “la más espléndida representación de la indumentaria nacional”. Concretamente, Zamora tiene allí ejemplares magníficos del traje de Benavente, de la Viuda Rica de Toro, de Aliste… y, por supuesto, de Carbajales. De este último vamos a hablar, aunque sin perder de vista los marcos más amplios a que acabamos de referirnos.

Después de situar el tema en la zona cultural Oeste, creo que se debe hacer una referencia a otros factores o circunstancias extrañas al traje carbajalino, aunque pertinentes a la Tierra de Alba, que pueden ayudar a comprender la singularidad de aquél dentro del contexto general que hemos descrito. Con ello se perfila aún más la ubicación.

1.a El traje albense aparece dentro de una unidad geográfica, cual es la comarca natural de Los Carbajales. Junto con los Campos de Aliste, Sayago, Tábara, Tierra del Pan, Tierra del Vino y Sanabria constituyen la provincia de Zamora desde el punto de vista comarcal. Se encuentra en los valles inferiores del Esla y del Aliste, limitando con Tábara (N), Tierra del Pan (E), Sayago (S) y Campo de Aliste (O). Forma una penillanura de pizarra, con un suelo más bien pobre, aprovechado para el cultivo de cereales y –hasta hace poco– de lino. El tejido de esta planta y la lana van a ser fundamentales para la confección del traje típico. Abundan ciertos minerales y son frecuentes los bosques y bosquecillos de robles y encinas (carbajos), de donde le viene el nombre a la comarca.

2.a La comarca de Los Carbajales se convirtió en unidad administrativa, con régimen de señorío, cuando el ocho de agosto de mil cuatrocientos cuarenta y nueve el rey Enrique IV concedió el título de Conde de Alba de Liste a Don Enrique de Guzmán, después de las guerras que éste sostuvo con los portugueses y con los moros de Granada. El  pequeño condado, compuesto por catorce pueblos más la villa (Carbajales) y que tiene prácticamente los mismos límites que la comarca natural, funciona como tal hasta finales del siglo pasado. Obra en mi poder la sentencia del último pleito (1887) entablado por el Conde de Alba de Liste contra los habitantes de la comarca por negarse a pagar el noveno.

3.a Por último, el traje carbajalino surge también dentro de una unidad eclesiástica (vicaría en cierta manera autónoma, aunque dependiente del arzobispado de Santiago), desde hace varios siglos. En efecto, según un manuscrito que existe en el Archivo de la Mitra de Zamora (leg. “B”, Doc. n.° 37/1 del catálogo de García Diego) que se redactó probablemente a mediados del siglo XVIII, hacia 1070 “los Arzobispos de Braga, o por la división del reino o por razón de metropolitanos o por otro título que ignoramos se intrusaron en el gobierno y posesión de los territorios de Braganza y Aliste (el gran Aliste, que incluía Alba)”. Esto provocó un pleito entre Braga y Astorga, que se creía con derechos históricos sobre los territorios. Medió en el asunto, por decisión papal, el arzobispo de Santiago. Quedó el problema resuelto, asignando Braganza a Braga, y Alba y Aliste, cual vicarías relativamente autónomas, a Santiago “en interim se decidía…, no como propietario sino como administrador por modo de tenuta o encomienda”. Con este estatuto eclesial existieron hasta finales del siglo pasado, en que fueron incorporadas a la sede de Zamora. Opino que las anteriores circunstancias ayudan a comprender la relativa unidad-singularidad del traje carbajalino (así como de otros rasgos culturales), aunque no los expliquen totalmente. Resulta curioso constatar cómo las Sinodales de las Vicarías de Alba y Aliste, publicadas por el arzobispo de Santiago, don Maximiliano de Austria, en el siglo XVII, achacan a esa situación atípica la peculiaridad y aún rareza de ciertas prácticas y costumbres.

Pero la singularidad hubiese sido tal vez más acentuada de haber estado la comarca recluida dentro de ella misma. Históricamente no ha ocurrido así, sino que ha permanecido abierta a la comunicación. Trasladándonos a épocas relativamente recientes, podemos comprobar esto en mapas como el de la provincia de Zamora, hecho por Don Tomás López de Vargas Machuca sobre otro del reino de León, compuesto por el Brigadier e Yngeniero Don Julián Giraldo (1773), y el de las Vicarías de Alba y Aliste, que data, según parece, de mediados del siglo XVIII. La Tierra de Alba, y de un modo especial la villa, aparecen en ellos como un centro neurálgico de rutas que las relacionan con Tras-Os-Montes, Salamanca, León…, en una palabra, con todo su contexto cultural, la zona Oeste. Una situación parecida vivió la Serranía de Francia con el arrierismo, el trasiego de estudiantes, los caminos de peregrinación…, siendo éste un factor a tener en cuenta al estudiar sus joyas y su indumentaria típica. A manera de inciso quiero decir que no se deben confundir conceptos como identidad, originalidad, personalidad, riqueza… cuando se aplican al mundo de la cultura.

II. REFLEXIONES GENERALES SOBRE EL TRAJE TÍPICO

Una vez situado convenientemente el tema, pasamos a hacer algunas reflexiones de carácter general sobre el traje típico. A Gustavo Bueno le gusta repetir que el hombre es un mono vestido, y no desnudo como afirmó Desmond Morris.

En todas las culturas registradas, al menos desde el paleolítico medio, el homo sapiens se ha vestido, entendiendo por vestido, en sentido amplio, el adosamiento al cuerpo humano de algo exógeno, ya sea un disco de madera en los labios, un brazalete en las extremidades superiores o un taparrabos en las partes genitales. Parece ser que el chimpancé en cautividad desarrolla cierta tendencia a cubrir el cuerpo. Al vestido hay que colocarlo dentro del fenómeno más general de las mediaciones que el hombre establece entre su organismo y el entorno, rompiendo la relación directa e inmediata con el mismo, propia de los otros animales inferiores en la escala zoológica. Desde una vertiente, el vestido aparece como prolongación del cuerpo; desde la otra, cual manipulación o tratamiento del medio. En cualquier caso, las funciones que el vestido ha ejercido y ejerce en la vida del hombre son múltiples y heterogéneas. La antropología cultural nos habla al menos de las siguientes: defensa frente a condiciones ambientales adversas, adorno, respuesta cultural al sentimiento generalizado del pudor, medida mágica para defenderse de las influencias maléficas y atraer las benéficas, indicación de la pertenencia socio-económica, simbolización de la profesión, señalización del sexo, enfatización de acciones rituales o ceremoniales y celebración de hechos concretos. La antropología filosófica ha hablado de otras funciones, como defender la intimidad frente al otro, que es el infierno, etc. Varias de las anteriores funciones denotan claramente que el vestido humano es, de manera eminente, cierta forma de lenguaje, de comunicación visual-simbólica, de intercambio de mensajes y contenidos de índole diversa entre un emisor y un receptor mediante técnicas y procedimientos específicos.

A través del vestido, el hombre expresa algo a alguien y –lo que es más importante– se expresa a sí mismo. El vestido manifiesta o explicita la presencia del hombre en general y de tal hombre concreto. Mediante su vestido, la mujer que tengo delante me comunica si está dolorida, si es serrana, si busca pelea… Ya lo dice el refrán popular: “Lo que te cubre, te descubre”. El llamado traje típico cumple varias de las funciones reseñadas, aunque con diverso énfasis. Del alistano se suele decir que está hecho principalmente para el abrigo; del carbajalino, que es ornamental. Unos acentúan la diversidad sexual, mientras otros tienden a nivelarla (recordemos las sayas varoniles –con puntillas y todo– de Laguna de Negrillas, en León). Varios tienen un carácter inequívocamente mágico: los que simulan espíritus o demonios; algunos, en cambio, lo tienen jerárquico, como el famoso de la Alcaldesa de Zamarramala (Segovia). En cualquier caso, el traje típico es siempre lenguaje: significa, expresa y transmite la identidad del grupo de una manera simbólica. Los etnólogos suelen decir que el vestido es un elemento tan diferenciante o más que la lengua o el dialecto, y, por supuesto, mucho más que las particiones políticas; transciende las fronteras y los idiomas, como puede verse en la zona Oeste, integrada por parte de España y Portugal. Por encima de todo, el traje típico cumple hoy ese cometido: ser símbolo de identificación colectiva.

Estrictamente hablando, no es un traje popular, como puede serlo el vaquero. La gente ni siquiera lo viste, sino que simplemente se lo pone en ocasiones contadas y significativas. Es sólo típico porque tipifica. Los psicoanalistas pueden dar la vuelta al argumento: se trata de un mecanismo de compensación u ocultación; un refrán popular parece apuntar en este sentido: “dime de qué presumes y te diré lo que no tienes”.

No estoy de acuerdo con esta interpretación, que violenta mucho los hechos. Como tampoco lo estoy con la idea de Ortega en su artículo Para una ciencia del traje popular (prólogo al libro de Ortiz Echagüe Tipos y Trajes de España): “Raro será el sitio donde el pueblo no sienta ya como disfraz su traje popular…; (produce éste) una impresión extraña de equívoca mascarada. El pueblo, que si es algo peculiar es precisamente vida espontánea y que se ignora a sí misma, aparece aquí como sorprendido de ser tal y cual es, como representando, por eutrapelia, un papel que algún poeta erudito le ha compuesto, es decir, viviendo la definición que de él ha dado alguien que no es el pueblo”. Yo opino, en contra de Ortega, que el pueblo eterno no se desilusionará al descubrirse haciendo la farsa de sí mismo, sencillamente porque no existe tal farsa. Hubiese sido más fértil el discurso del pensador español si lo hubiese orientado en otra dirección: la necesidad de identificación o singularización que siente el animal humano, en cuanto individuo y grupo. Necesidad que se vuelve más perentoria en unas épocas que en otras. Tiene razón Ortega en una cosa: “Nadie se ha parado a meditar sobre el hecho genérico del traje popular, sobre su naturaleza y las leyes de su variación”. Pero sus aportaciones el respecto resultan poco enriquecedoras. Sólo desde una óptica torpe y deficiente se puede afirmar que los trajes típicos son sustancialmente iguales. El origen del traje típico fue, generalmente, una forma de traje popular-festivo, que adquirió paulatinamente entidad propia. Tampoco comulgo con la tesis de Ortega en este punto: “Su origen no suele ser popular ¿De dónde viene entonces? No cabe duda, de las aristocracias… En las tierras bajas y abiertas, el traje popular femenino procede de una moda aristocrática relativamente reciente” (Ortega y Gasset, J., Prólogo a Tipos y Trajes de España de Ortiz de Echagüe (Madrid 1930). En o.c., Vol. III, pp. 695-700. )

El juicio o veredicto es hiperbóreo, superficial e indocumentado, como ocurre tantas veces en el filósofo hispano, buen levantador de pesas, pero mal tirador. Los especialistas acostumbran a decir que los llamados trajes regionales quedaron sustancialmente fijados y estabilizados en el último período de uso de los mismos, es decir, entre 1750 y 1880, época del inicio de la transformación económica e industrial de España. El Marqués de Lozoya asegura que el XVIII es el Siglo de Oro del traje regional. Sin embargo, en él existen siempre algunos elementos antiguos (N. de Hoyos). En épocas anteriores, los trajes pertenecían a las clases o estados, no a las regiones. “Cuando las clases social y económicamente elevadas empiezan a considerar a París como capital del mundo…, se crea en los últimos años del reinado del Rey Sol una forma de vestir que obedece a la moda…; pero precisamente en este momento es cuando se afianza en las regiones el modo de vestir popular y peculiar de cada una de ellas, e incluso a veces de cada pueblo. Es como una reacción contra el extranjerismo y un gusto por supervalorizar lo local” (Hoyos, N. de, El Traje Regional en España. Col. Temas Españoles, n.° 123 (Madrid 1956) 4.)

El afrancesamiento del vestido, que condujo a motines populares como el de Esquilache (1766), provocó en amplios sectores la reacción contraria: potenciar la indumentaria propia o castiza de cada región, fijándola, limpiándola y dándole esplendor, según el conocido lema de la Real Academia. En alguna ocasión se toma el traje típico de la clase superior (Viuda Rica de Toro); pero, generalmente, se adopta el festivo de las clases populares. Carbajales y su tierra conservaban todavía, en este período, el antiguo empaque. La Villa del viejo Condado tenía entonces parroquia floreciente (párroco y varios tenientes), comunidad de agustinos y cinco ermitas; según el Protocolo, redactado por el escribano de turno del Ayuntamiento, contaba para su administración en 1758 con dos alcaldes (uno para el estamento de fijosdalgo y otro para los gremios de labradores y oficiales), tres regidores (correspondientes a los tres estados anteriores), un corregidor, un procurador general, varios justicias y alguaciles, nominadores de los pueblos, etc.; poseía un fuerte militar, con un gobernador al frente; también tenía hospital, matadero y cárcel. En la Villa y pueblos del Condado (Manzanal, Muga, Vegalatrave…) había numerosos telares, batanes, destilerías…

El traje utilizado popularmente en esa segunda mitad del siglo XVIII, sobre todo en su versión festiva, dio lugar al traje típico, confeccionado con los productos de la tierra: lana y lino. El del varón va a sufrir escasas modificaciones casi hasta nuestros mismos días. Somos muchos los que hemos conocido el llamado traje de roble, muy similar al típico actual y al empleado en anteriores centurias. Todavía se recuerdan los nombres o apodos de los últimos portadores: tío Platos, tío Pintalacuerna, tío Bolero, tío Palomito, tío Lorencín… En 1905 Felipe Olmedo hacía esta descripción del traje llevado por los hombres de la Tierra de Alba: “Los jóvenes solteros de tierra de Alba se distinguen de los casados únicamente en que cubren su cabeza con pañuelo rameado, colocado en forma tan habilidosa, que pareciendo como anudado al azar y dejando colgar una punta hacia atrás, se halla perfectamente sujeto y amarrado a un lado en forma muy característica. El calzón suele ser igual en todas partes, dejando en unos al descubierto la pierna que cubre calceta de lana, cubriendo otros la pantorrilla con polainas de paño o bien de cuero al estilo salmantino… La chaqueta simula, mejor dicho, copia  exactamente, la del villano de la edad media, con aldetas, carteras y cuchilladas en las sangrías por donde sale abullonada la blanca manga de la camisa, o bien afecta un corte más airoso que apenas llega a la cintura, con bolsillos ondulados, larga y estrecha manga abotonada que se dobla sobre las muñecas, cuello alto que sostiene también el bordado de la camisa y grandes botones de filigranada plata que hacen juego con los del cuello de la camisa. El chaleco es de escote cuadrado con iguales botones, negro en la tierra de Alba y Aliste…”. Olmedo completa su detallada descripción, diciendo que se diferencia poco “en los varones el traje que podríamos llamar de gala y el de  ordinario…, como no sea en que los colores del pañuelo de la cabeza y la faja suelen ser en las fiestas de colores vivos” (Olmedo, F., La provincia de Zamora. Guía geográfica, histórica y estadística de la misma (Valladolid 1905) 153.)

Por lo que se refiere a la mujer, asegura Olmedo que se transforma en las festividades, haciendo honor a la natural coquetería del sexo. De ese vestido transfigurado y embellecido surge el típico, que se irá distanciando con el tiempo del original. Va a tener distintas modalidades, aunque siempre conservará algunos rasgos específicos: varias piezas y, sobre todo, el predominio del floreo y el color en el bordado. Como es el de la mujer un traje costoso (actualmente el precio de un ejemplar bueno supera con creces las cien mil pesetas), los factores económicos y sociales determinan a veces la variedad. Por ejemplo, la distinción entre bordado y picado tenía originariamente ese sentido: el primero era considerado siempre de mayor categoría que el segundo. Más adelante volveremos a insistir sobre algunos de estos puntos.

Lo que acabamos de decir no contradice la idea anterior de que el Siglo de las Luces marcó el comienzo de la fijación del traje típico. Lo iniciado entonces proseguirá hasta nuestros mismos días. Estos son los principales jalones de la trayectoria en España:

1) La acción, prolongada durante años, de la Institución Libre de Enseñanza.

2) La organización en Madrid (1925) de la exposición del traje popular, bajo la protección de la duquesa de Parcent y la dirección del profesor Hoyos Sáinz.

3) La inauguración del Museo del Pueblo Español de Madrid (1940), en el cual se recogió gran parte del muestrario de la Exposición, completándolo con posteriores adquisiciones. En la dirección del Museo se han sucedido ilustres especialistas: Hoyos, Pérez de Barradas, Caro Baroja…

4) La intervención meritísima de la Sección Femenina de Falange en la promoción de lo regional. Por lo que se refiere a Carbajales, la creación del Taller-Escuela –que produjo, sin duda, buenos efectos en general– determinó la estabilización definitiva del traje, privándole en parte de su variedad enriquecedora; de este tiempo data la total geometrización o estilización del dibujo, la eliminación de los motivos animales, la subida de la saya-manteo… Manuel Comba se queja de esto último en su libro Trajes Regionales Españoles. Algunas instituciones oficialmente encargadas del folklore o demosofía –viene a decir– introducen estas y otras modificaciones presionadas por la moda y la comercialización: al traje regional hay que aceptarlo como es, guste o no guste. Yo añadiría que el traje es algo vivo y, por consiguiente, sujeto a cambios.

Lo importante es que dichos cambios se ajusten a la identidad original. Pero pasemos ya al análisis y descripción del traje albense, para dar seguidamente una  explicación-interpretación del mismo.

Posteado por: rodriguezpascual | 15 marzo 2011

El Carnaval de Villanueva de Valrojo. Zamora.


Carnaval de Villanueva de Valrojo

I.Primeras impresiones

La prensa zamorana se ha hecho cargo últimamente del Carnaval de Villanueva de Valrojo como de algo original, no identificable del todo con el modelo común, vigente en el llamado mundo occidental. Con el fin de aclarar algunos conceptos, me dirigí al pueblecito zamorano ubicado en las estribaciones de la Sierra de la Culebra. Me acompañó en la excursión etnológica el fotógrafo profesional José María Gamazo. Entre los dos tratamos de captar –gráfica y literariamente– las características de aquellos antruejos populares, en su versión 1987.

Mis primeras impresiones ante el gran espectáculo carnavalesco que contemplé, pueden quedar reducidas a los siguientes puntos:

1. La fiesta del pueblo

Para los habitantes de Villanueva de Valrojo, los Carnavales constituyen su fiesta, la fiesta por excelencia a lo largo del año, aunque las fiestas patronales siguen conservando su importancia y rango oficial. Los Carnavales de este pueblo tienen la virtud de congregar todavía a toda su población, la residente y la emigrada. Allí pudimos ver individuos provenientes de Madrid, Barcelona, Baleares, Francia, Alemania… Más aún; yo creo que los trasterrados son los que muestran mayor interés por la fiesta, los que la promueven valiéndose de todos los medios a su alcance. De los cuatro jóvenes autores de un folleto multicopiado sobre el antruejo de Villanueva de Valrojo, tres viven fuera del lugar. El magnífico realizador de carteles de propaganda de este año es un maestro nacional, residente en San José (Ibiza). Había venido –como tantos otros– ex professo a la fiesta teniendo que vencer dificultades notables. Por cierto, cuando intenté localizarle, me resultó imposible: estaba disfrazado como un vecino más.

Pero esto no es de ahora: siempre ha sido así. Los Carnavales de Villanueva tienen siglos de existencia. Pueblos cercanos celebraban también festejos similares. Pero los perdieron con el inicio de la guerra civil española. Villanueva de Valrojo, en cambio, los mantuvo siempre contra viento y marea, sorteando prohibiciones oficiales, denuncias particulares… En esto les acompañó la suerte: las autoridades del lugar no crearon dificultades especiales; más bien colaboraron al mantenimiento de la fiesta tanto en la guerra como en la inmediata postguerra. Los alcaldes, por ejemplo, se ausentaban del pueblo durante los festejos carnavalescos con el fin de no tener que informar. Con el mismo fin, los guardias civiles que pasaban por allí de servicio entraban en cualquier domicilio a merendar, invitados por algún vecino. El cura, con tal de que no se corriese el carnaval durante la misa y el rosario, se daba por satisfecho. Según se dice en el folleto anteriormente mencionado, la única oposición fue por parte de los maestros que había en el pueblo, “seguramente porque eran de fuera y no sentían un arraigo especial por la fiesta, aparte de sus ideas políticas”, quizás identificadas con las del régimen.

El pueblo, por su parte, colaboró en términos generales, no dando motivos para que se suprimiese la fiesta. Existieron incidentes y accidentes, más o menos graves y con diversas secuelas. Sucedió esto sobre todo en los años anteriores a la guerra civil, en que Villanueva de Valrojo –como tantos otros pueblos– quedó literalmente partido en dos por una mal asimilada política de partidos. Un llamativo percance entre mozos “dio lugar a que el alcalde pusiera un número en la careta de cada uno, de tal forma que, si algo ocurría, debía responder el propietario de la misma, aunque no fuera él el que la llevara. Hay que decir que este sistema no dio mucho resultado, ya que los mozos se las cambiaban sin control alguno”.

Por lo que respecta a la actualidad, aseguran los autores del folleto: “No debemos engañarnos y reconozcamos que también hay problemas, pero el espíritu de la fiesta y las ganas de correr el carnaval quedan por encima de todo esto, al menos deberían quedar”.

2. Participación total

En teoría, sólo podían participar en estas mascaradas los varones, quedando prohibida la intervención a mujeres y a muchachos. Pero en la práctica ha participado siempre todo el pueblo, sin distinción de sexo o edad, aunque el protagonismo principal haya correspondido a los mozos. Al pedir a uno de los enmascarados que levantase la careta, me encontré con un señor cercano a los ochenta años, un ejemplar típico del pueblo. Me dijo que a lo largo de su dilatada existencia “había corrido todos los años el carnaval”. Según su propia confesión, al llegar esos días sentía un hormigueo en el cuerpo que le impelía de forma irresistible a disfrazarse y a correr por las calles. Si no lo hiciese así, se sentiría ya muerto, irremediablemente muerto… Más o menos es lo que ocurre a todos los vecinos del pueblo.

Tal vez no exista un lugar donde se viva y comparta la celebración del antruejo de una manera tan general. A ello coadyuva indudablemente su modo peculiar de utilizar los disfraces. Antiguamente, máscaras y disfraces eran construidos artesanalmente en el mismo pueblo. Ahora, además de las creaciones artesanales, existen muchas piezas compradas y aun alquiladas fuera. De esta forma, se reúne en el pueblo un número muy notable de disfraces variopintos. Se depositan todos en un lugar común: pajar, corral, tenada… Allí se visten los enmascarados e intercambian sus atuendos con licencia explícita o tácita de los propietarios. Hay un trasiego interminable de indumentaria durante el Domingo Gordo y el Martes de Carnaval principalmente. ¿Cuántos pasan por el pajar a lo largo de esos días? En principio puede pasar todo el pueblo.

3. Mezcla de Carnavales y Carochos

Otra cosa que me llamó poderosamente la atención fue la coincidencia en los Carnavales de Villanueva de elementos nuevos con otros añejos y de rancia tradición. Los cuatro autores del folleto aludido citan algunas de las pantomimas “modernas”, organizadas antes y después de la guerra:

a) La banda de música

Un vecino la copió de la del cuartel donde había estado cumpliendo el servicio militar. Se preocupó de que se confeccionasen uniformes adecuados, dio forma a trombones y trompetas, hizo simulacros de partituras… Lo más destacable fue un niño que llevaba un tambor más grande que él; en su interior iban colgadas unas esquilas que sonaban al golpearlo.

b) La corrida de toros

Se simuló al astado a base fundamentalmente de corcho; la cabeza era de bovino muerto; el cuerpo iba cubierto con una piel de ternero. Según dicen los testigos, la corrida se celebró en la Plaza de Arriba y se utilizaron para la función espada y banderillas auténticas.

c) La boda tradicional

La celebración de una boda auténtica el Domingo Gordo, dio lugar a la resurrección de una costumbre tradicional: en un carro de arrastrar piedras, adornado con sábanas, colchas y cuatro antorchas de mañiza ardiendo en las esquinas, hicieron subir a los novios y padrinos, paseándoles así por todo el pueblo.

d) Aterrizaje de una nave espacial

Se preparó este número con todo detalle, pero no se pudo realizar del todo al haber sido rota la nave por la fuerza de un viento huracanado.

Y podíamos seguir citando ejemplos: vikingos, robots, punks, partos sin dolor, políticos… han pasado por los carnavales de Villanueva.

Pero además de estos elementos de actualidad, existen otros de origen ancestral, cuyo nacimiento se pierde en el túnel del tiempo. Son los mismos que encontramos en los carochos alistanos y en las talanqueiras sanabresas. Esto nos induce a creer, con todo fundamento, que los carnavales de Villanueva de Valrojo son, en cierto modo, una modalidad de mascaradas invernales de dichas zonas. Ya tardíamente se trasladó su celebración de la Navidad a la pre-cuaresma (como ocurrió en tantos sitios), añadiendo nuevos ingredientes, tomados de las celebraciones carnavalescas y que son muy parecidos en todas las partes.

II. Vestigios antiguos del Carnaval de Villanueva

1.Los cencerros

Los utilizan aquí, como en otras latitudes, para anunciar la llegada de los carnavales y son elemento esencial de los festejos propiamente dichos. En ningún pueblo de Zamora he visto que se saquen tantos cencerros a las calles en plan festivo. Los habitantes del lugar tienen conciencia clara de la importancia de este hecho: “Una de las cosas más importantes de los Carnavales son los cencerros, ya que se oye el ruido desde cualquier parte del pueblo, y los que tienen miedo corren a esconderse”. Es también la pieza más cara del traje de Carnaval, por lo que no es de extrañar que, hasta no hace demasiado tiempo, los que no los tenían los iban a pedir a los pastores, incluso a otros pueblos. En casos aislados los robaban a los ganados de los pueblos vecinos, aunque luego los devolviesen al finalizar la fiesta. Y todo esto con el único fin de divertirse y divertir a los demás, porque el miedo es también a veces diversión.

2. Las tenazas o escaleras

Se trata de un instrumento similar al que utilizan los carochos de Riofrío, Abejera… y las talanqueiras sanabresas. Se describe así en el folleto tantas veces mencionado: “Los cencerrudos llevan una tralla (también la lleva a veces el gitano de los carochos) que van haciendo sonar en el aire como signo de fuerza y autoridad, y unas tenazas (o escaleras) de madera con las que cogen un brazo o una pierna de la gente. Este artilugio fue creado con el fin de agarrar a las personas que veían pasar los Carnavales desde balcones o ventanas, normalmente las mozas, ya que tenían miedo a que las pellizcaran o les metieran mano” los autores del escrito lo han dibujado de esta manera:

3. La “lavativa”

Como en Abejera, los enmascarados echaban a la gente a veces agua, a veces tinta, a veces anilina de diversos colores… Se valían para ello de una especie de jeringuilla (llamada vulgarmente “lavativa”) construida manualmente con un palo agujereado.

4. El Diablo

El Diablo ha sido uno de los enmascarados inevitables de la fiesta. Se le veía a veces discurrir por las calles. Pero su aparición más sorprendente es la que hacía en el baile del martes: “Una de las cosas más importantes de este día y a la que, por supuesto, hay que aludir, es la aparición del Diablo en el baile. Entraba el maligno con una tornadera de madera y con azufre ardiendo en una lata, de modo que sembraba el pánico entre la gente por el brillo y el olor que despedía”. Los autores del folleto opinan que esta presencia del demonio en los Carnavales del pueblo “data de los años 1927 o 1928, a raíz de una obra de teatro (La Iglesia Perseguida) representada en Nochebuena. En ella aparecían seis o siete diablos. Los protagonistas de la misma conservaron los trajes y las caretas, y los utilizaron el Martes de Carnaval, iniciándose así una tradición que ha continuado hasta hoy. La careta que se emplea ahora es una de las de entonces, aunque ha sido retocada porque se encontraba en mal estado”. Sin embargo, algunos informantes viejos del lugar me han asegurado que ellos conocieron desde siempre al Diablo en los Carnavales, mucho antes del año 27. La careta actual sí data de esas fechas.

5. Los “monos”

Son figuras típicas del Carnaval de Villanueva. Los encontramos también en las Vacas Bayones de Sayago y en algunos carochos alistanos y en otras celebraciones carnavalescas. Los “monos” llevan puesto un amplio mono de trabajo lleno de hierba o paja, de manera que andan con bastante dificultad. Antiguamente metían también  espinos en las espaldas, protegiendo éstas con una chapa. Con los espinos picaban a la gente que se les acercaba.

6. Petición de chorizo y cena comunitaria

El carnaval de Villanueva termina como terminan todas las mascaradas invernales de Zamora y Tras-os-Montes: con petición de donativos (sobre todo de los referentes a la matanza del cerdo) y con una merienda-cena en común. Se dice en el aludido opúsculo: Merece también reseñarse la “cena de los chorizos”. Los mozos salen a pedir un chorizo en cada casa, para comerlo luego. No sabemos desde cuándo se lleva a cabo esto… ni su motivo. Suponemos que se trata de una especie de pago a los mozos por haber divertido al pueblo durante unas semanas. Antiguamente salían a pedir el Miércoles. Después se ha hecho el sábado con un sentido práctico, ya que al día siguiente es domingo. En tiempos pasados, a la cena nunca iban las mozas. Ahora en cambio es habitual y aun imprescindible su asistencia. En la donación de chorizos aparecía también la broma, tan propia del carnaval. A veces los mozos se encontraban chorizos hechos “a peto” con trapos o berzas, o enormemente picantes, como el chorizo del Zangarrón de Montamarta.

III. Personajes y disfraces

Los personajes de la farsa carnavalesca son muy variados, como también lo son los disfraces que utilizan. Sin embargo, podemos hablar de un tipo estandar que se repite con frecuencia y suele ir acompañado de cencerros. Los autores del opúsculo mencionado lo describen así:

– Pañuelo o trapo para tapar el cabello o el cuello.

– Careta que cubre la cara. Ahora es normalmente comprada.

En épocas pasadas eran de cartón, trapo “de babero”, cuero, etc.

– Blusa ancha, de colores vistosos, con volantes de distinto color que tapan hasta las manos.

– Bragas: pantalones anchos y apretados en los tobillos con volantes parecidos a los de los puños. Pueden ser o no del mismo color que la blusa, pero siempre con dibujos muy llamativos.

– Faja: trapo que se coloca en la cintura con el fin de que los cencerros no estropeen el traje.

– Collar de cencerros colocados en la cintura para que suenen al correr. El número de cencerros varía según las posibilidades y deseos de cada uno.

Las mujeres con frecuencia se disfrazan poniéndose el traje típico de la comarca, que consta fundamentalmente del “rodao” y del mantón de Manila o del mantón de Ramo Negro. Pudimos contemplar ejemplares magníficos en el pueblo. La singularidad del “rodao” de Villanueva estriba en que da vuelta y media, mientras que otros dan sólo una vuelta.

IV. Correr el Carnaval

“Correr el Carnaval” es la expresión popular con que se nombran los festejos anteriores a Carnestolendas. De hecho, las carreras o corridas quizás sean lo más  llamativo de la mascarada carnavalesca de Villanueva de Valrojo. Vamos a describirla de forma un tanto concisa.

1. El anuncio

Varias semanas antes del Domingo Gordo ya comienzan a sonar los cencerros por las calles de la aldea, como anuncio de la llegada del Carnaval. Hay años en que los mozos adelantan su sonoro anuncio a San Antón (en enero), que es fiesta notable en la localidad. A la gente del pueblo le parece esto un poco excesivo. De aquí el refrán que se oye frecuentemente por estas tierras: “Los mozos sin seso por Antón corren el antruejo”.

2. El Domingo Gordo

Es la expresión que se emplea tradicionalmente para designar el domingo  inmediatamente anterior al inicio de la Cuaresma. En él comienza ya la mascarada, que se prolonga el lunes y culmina el martes, la gran explosión del disfraz. En Villanueva sólo algún año (por ejemplo, en 1931) se ha celebrado en el Miércoles de Ceniza el entierro de la sardina: llevaron a un monigote que simulaba un muerto camino al cementerio entre el llanto de la gente y la repulsa del cura. Los actos que componen la mascarada desde el Domingo Gordo hasta el Miércoles de Ceniza pueden reducirse a los siguientes puntos:

a) Las corridas

Ya dije antes que quizás sea lo más llamativo de los carnavales de Villanueva y lo que más recuerda y comenta la gente durante el año. Actualmente el trayecto de las carreras va fundamentalmente de un bar a otro, colocados en los extremos del pueblo. Suele haber una parada en la plaza de la iglesia y diversas excursiones por las calles del lugar. En estas corridas se producen acosos a la gente, amparándose en el anonimato del disfraz. En ocasiones, sólo se exhiben los disfraces, los andares simulados, los gestos equívocos…, para que los asistentes adivinen la personalidad real de los enmascarados.

b) Las escenificaciones

De cuando en cuando se realizan escenificaciones en algunos lugares del pueblo, principalmente en la plaza de la iglesia. En ellas intervienen diversos personajes, cada uno con su papel especial. Lo mismo simulan un juicio que el congreso de los diputados. Suelen ser ocasiones para la sátira y denuncia social a todos los niveles: local, provincial, nacional e internacional. Hay un gran derroche de inventiva y creatividad por parte de los participantes.

c) Las carrozas

Son especiales las que se utilizan en Villanueva de Valrojo. Están hechas a base de un carretillo de mano, sobre el que se monta un armatoste de madera, todo ello recubierto con colchas y telas de muy diversos colores. Representan diferentes motivos y van adornadas con riqueza de imaginación. Entre los acompañantes de las carrozas y de  grupos de enmascarados, me llamó la atención la presencia de guardias civiles y policías en número considerable. Llevaban el uniforme auténtico y caretas hilarizantes o satíricas de cerdo, perro, etc.; casi todas eran de animales… Me dijeron que bastantes del pueblo habían ingresado en las fuerzas del orden público. No vi disfraces eclesiásticos, cosa muy frecuente en las mascaradas del Carnaval.

V. El Martes de Carnaval

Según los propios habitantes de Villanueva, para ellos “el martes es un día festivo, quizás la mayor fiesta del año, en el que el vino y la gaita hacen olvidar muchas de las rencillas que pudiera haber”. Su celebración ha tenido diferente contenido a lo largo de los siglos, que todavía puede variar con el correr del tiempo. Seguimos al opúsculo tantas veces citado en la descripción de los actos especiales del Martes de Carnestolendas.

1. Tareas comunales

Hasta hace pocos años, por la mañana de dicho día se tocaba a Concejo y se iba a arreglar caminos vecinales hasta las doce o la una aproximadamente. Por la tarde se volvía a reunir a todo el pueblo y se hacían con brevedad otros actos de común interés: subastar los robles de propiedad colectiva, arrendar los pastos comunales, como la era, etc. Estas formalidades no solían llevar mucho tiempo, pues la mayor parte de él había que dedicarla a “correr el carnaval”.

2. El convite

Tradicionalmente se ha celebrado esta comensalidad del pueblo entero en la Plaza del Palacio, corriendo la invitación a cargo de la Junta Administrativa. Hasta épocas cercanas se ha convidado solamente a pan y vino, que regalaban el alcalde y unos almacenes. Después se añadió escabeche, aceitunas, galletas… Todos deben participar en la misma comida y en la misma bebida.

3. El baile

Durante el convite y al son de la gaita, se iniciaba el baile popular, en el que era frecuente que los matrimonios cambiasen de pareja. Se continuaba el baile en la Casa del Concejo hasta el anochecer en que el cura tocaba al rosario. Como dijimos antes, uno de los números más esperados del baile del Salón era la aparición del Diablo en el mismo, con el terror de los presentes, sobre todo de las mozas.

4. Las mascaradas

Se sucedían ininterrumpidamente a lo largo del día, interceptando con frecuencia los actos que acabamos de mencionar. Como dijimos al hablar del Domingo Gordo, las mascaradas son reducibles a tres formas:

– Corridas.

– Escenificaciones.

– Carrozas.

5. Pedición de aguinaldo y comensalidad final.

Ya hablamos de este punto en líneas anteriores; por eso no vamos a insistir en él. Únicamente queremos recordar que este mismo es el final de todas las mascaradas invernales.

VI. Apéndice: la gastronomía.

En Villanueva existían comidas especiales de Carnaval. Enumeramos algunos de los platos más degustados:

– Rabo y lengua de cerdo, puestos a cocer con garbanzos en un puchero.

– Morcillas, generalmente, dulces.

– Fiyuelas: fritura hecha a base de huevo, harina, leche…; se servía generalmente como postre.

– Chorizo del carnaval, del que hemos hablado anteriormente.

VII. Futuro de la fiesta.

Cerramos este apartado con unas palabras de los autores mencionados, que seguramente interpretan el sentir íntimo del pueblo: “Para nosotros, los Carnavales representan algo muy bonito por lo que merece la pena luchar; esta tradición debe seguir viva…”.

Posteado por: rodriguezpascual | 13 marzo 2011

El Antruejo de Lubián. Xosé M. Pazos


El Antruejo de Lubián.  Xosé M. Pazos.

“O «entrudio»” –e outras festas de inverno– en Lubián”. Publicado en Cadernos da Escola Dramática Galega, n.º 52. Enero-1985. A Coruña.

Publicado posteriormente en Mascaradas de Invierno en la Provincia de Zamora.  Biblioteca de Cultura Tradicional Zamorana. Nº 24. Zamora 2009.

I. Introducción

El rincón del noroeste de la provincia de Zamora, encajado entre las montañas de León al Norte, Orense al Oeste y Portugal al Sur, presenta unas características especiales que lo distinguen de forma natural del resto del territorio zamorano e incluso del resto de Sanabria, comarca a la que políticamente está incorporado. Basta con echar una ojeada al mapa de la provincia de Zamora para percatarse al instante de que el antedicho rincón forma una especie de “hocico” muy marcado en el conjunto de la línea de las lindes provinciales. Desde el principio quisiéramos subrayar dos hechos importantes que prueban que ni geográfica ni históricamente hay relación alguna entre esta región y el resto de las tierras zamoranas.

Sea el primero la presencia allí del río Bibei, el único río de la provincia que no pertenece a la cuenca del Duero, sino a la del Miño, ya que vierte sus aguas en el Sil, y sus primeros kilómetros discurren por tierras zamoranas. En cuanto al hecho histórico y humano, subrayemos que a partir del Padornelo y hacia Galicia, empieza a hablarse, no otra variedad dialectal, sino otra lengua: el gallego, apareciendo así una barrera doble, formada de una parte por los montes y de la otra por el habla, que separa y aísla esta zona del resto de Sanabria. Estas dos razones, para no entrar ahora aquí en detalles

que no son necesarios, prueban de forma contundente el carácter de total independencia de esta comarca con respecto al resto de la provincia y, por lo tanto, su inclinación natural hacia Galicia y Portugal. Aunque pertenezcan al Partido Judicial de Puebla de Sanabria, todos los pueblos situados más allá de la portela de Padornelo hacia el oeste, no se consideran sanabreses y tienen conciencia clara de su diferenciación. (Luis Cortés y Vázquez: El dialecto galaico portugués hablado en Lubián. Univ. de Salamanca, 1954.)

Si el viajero que va por la carretera 525 Vigo-Madrid hacia la capital del Estado, después de dejar atrás el túnel de la Canda (y de encontrar un letrero enorme que nos mete en Castilla y León) y antes de empezar a subir las cuestas del Padornelo, vuelve la vista a su izquierda, no dejará de ver un pueblo pequeño, colgado (más que asentado) en la ladera de una montaña pelada y escarpada, que a simple vista no ofrece más atractivo que cualquier otro de los varios que podemos ver desde la carretera, pero que en realidad es bien distinto por diferentes causas: estamos en Lubián. Visto por dentro, Lubián es un pueblo cabeza de ayuntamiento con unos trescientos habitantes (dobla su población en verano por la vuelta de los emigrantes de vacaciones), con unas casas de construcción típica entre sanabresa y gallega de montaña y que vive de la agricultura (pobre agricultura de subsistencia) y del ganado (vacas, cabras y burros principalmente).

Pero ya desde el principio hay una serie de detalles que nos llamarían la atención, como por ejemplo la relativa abundancia de jóvenes (mozos; en una zona castigada demasiado por la emigración), la intensa vida cultural y festiva (propiciada por esos jóvenes) y el apego a las tradiciones que se manifiesta en el empleo normal del gallego (aunque ahora están mejor comunicados que hace unos años con el resto de la provincia) y en la conservación de muchos juegos, fiestas y costumbres que en otros lugares no muy lejanos (incluso dentro de Galicia) fueron desvaneciéndose poco a poco. Si a esto añadimos el empuje de la Asociación Cultural “Xente Nova” y del mismo

Ayuntamiento, dirigido por un maestro del lugar, que luchan con todas sus fuerzas para no perder su identidad diferenciadora, pero a la vez integradora por lo que tiene de popular, nos encontraremos en mi modesta opinión (y conozco bien toda la zona) con uno de los pueblos más atractivos de toda la franja gallego-parlante de la provincia de Zamora para cualquier persona que se interese por estos temas. Aunque este trabajo va encaminado a hacer un estudio sobre el carnaval en Lubián, no se podría empezar sin hacer antes una referencia a las demás fiestas de invierno (reyes y fiadeiros –hilanderías– fundamentalmente) que presentan (presentaban hasta hace bien poco) una continuidad, tanto temporal como también en los planteamientos festivos, de tal forma que unas se mezclan con las otras y no se llega a saber cuando acaba una y empieza realmente la otra. Este es un hecho muy normal si tenemos en cuenta que en un pueblo pequeño, como ya quedó indicado, con un invierno bastante duro y unas noches largas y frías, las reuniones de vecinos, las charlas alrededor de la cocina, la diversión en general, es la mejor manera de pasar el tiempo y de divertirse. Como dato esclarecedor, y para que el lector se haga una idea del ambiente que se respira allí, señalaré que el pueblo tiene una intensa vida cultural durante el invierno, inusitada en un lugar de sus características, centrada alrededor de la “Casa do Pobo” (recientemente restaurada y aprovechada al máximo de sus posibilidades) con proyecciones semanales de cine, representaciones teatrales (existe un grupo de teatro estable), exposiciones, jornadas culturales diversas, recitales, bailes o simplemente conversaciones o pequeñas meriendas junto a la lumbre; actividad que se interrumpe casi totalmente en el verano, en parte debido a los trabajos agrícolas y en parte también porque no se dan las condiciones de aislamiento e intimidad que existen en el invierno blanco.

Comienza pues el ciclo de fiestas el cinco de enero –por razones obvias no voy a hablar aquí de las fiestas de Navidad y fin de año–. Esta noche los jóvenes dan una vuelta por todo el lugar cantando los reyes y cobrando los “aguinaldos” en dinero o en productos de la tierra (patatas, huevos, carne…); aguinaldo que es depositado en un carro (este carro que acompaña a los jóvenes en el reinado va adornado normalmente con motivos naturales (retamas, flores…) o telas, y recibe el nombre, lo mismo que los del “antroido”, de “carro afeitado”, lo que me parece una clara vulgarización del vocablo “carro enfeitado” –adornado–, vulgarización que viene de antiguo, pues ni los más viejos del lugar recuerdan el otro nombre.) que los acompaña y que va a parar después al fondo común para hacer la fiesta.

Así, a partir de esa noche, todos los hombres de Lubián, solteros y casados, se juntan para merendar y cenar en la casa del pueblo hasta que dure el aguinaldo recogido, y montan una fiesta de hombres solos en la que se come, se bebe, se canta, se relatan e inventan historias e incluso se baila al son de un gaitero, gallego o sanabrés, que se contrata todos los años para la ocasión. Es el “reinado” en este momento una de las fiestas con más aceptación por parte de la gente, como queda demostrado, por ejemplo, por el hecho de que este año haya durado hasta el 13 ó 14 de enero con fiesta diaria y mucho aguante por parte de los hombres participantes (y de las mujeres que los esperan en casa); téngase en cuenta que estas fiestas acostumbran a durar hasta las dos o las tres de la madrugada y al día siguiente hay que levantarse temprano para trabajar. Nada

más terminar el “reinado” comenzaban los “fiadeiros”, y digo comenzaban porque esta es una fiesta que murió hace nueve o diez años asesinada por la aparición de la televisión, aparato que reúne alrededor de sí a la familia actual de Lubián, y ante el que la mujer hace calceta, el hombre dormita y los hijos atienden embobados, todos junto al fuego, en esas frías noches lubianesas en las que no hay otra cosa. Ahora bien, a pesar de esa “muerte-súbita” de los “fiadeiros”, creo que es necesario describirlos aquí por todo lo que tenían de fiesta parateatral, por lo que suponían de anticipación del “antroido”, y ¿por qué no? porque hace muy poco que desaparecieron en una aldea como Lubián, en la que la mayoría de las tradiciones se conservan o la juventud lucha cada día por recuperarlas, no sería de extrañar que  los “fiadeiros” volviesen a ser poco a poco aquello que un día no muy lejano fueron (pensemos en que cualquier joven lubianés se acuerda de ellos perfectamente, y yo comprobé, en los que hablaron conmigo, que lo hacen con una fuerte dosis de “morriña”).

Los “fiadeiros” eran reuniones de vecinos al amor de la lumbre, generalmente en la cocina más grande del barrio, en las que, mientras las mujeres hilaban, los jóvenes conquistaban, los hombres contaban historias, llenas de picardía la mayoría de las veces, inventaban cuentos o chistes o –y aquí está lo verdaderamente interesante– representaban parodias y pequeñas piezas teatrales. Existían en Lubián varios “fiadeiros” fijos (coincidían casi siempre con la casa más rica) en los que se juntaban todos los vecinos del mismo barrio noche tras noche (hombres, mujeres, chicos y chicas), por lo cual la fiesta en su comienzo tenía más de reunión vecinal que de fiesta parateatral propia (aunque como ya manifesté, era ésta una reunión hecha  fundamentalmente para que se diviertan todos). Pero a medida que las noches iban pasando y el “antroido” estaba más cerca, los “fiadeiros” iban derivando en verdaderas “antroidadas”, y de esa forma, como me manifestó un viejo de Lubián, el carnaval comenzaba aquí un mes antes que en los otros lugares. Efectivamente, al llegar el mes de febrero, los “fiadeiros” perdían su carácter de reunión vecinal más o menos festiva para convertirse en una especie de escenarios fijos donde los más viejos, las mujeres

y las chicas generalmente formaban el público que esperaba al calorcito a que llegaran los diferentes grupos, de jóvenes fundamentalmente, que disfrazados con ropas de casa y con caretas de cartón o de trapo, y siempre caracterizados como personajes concretos y definidos, recorrían los diferentes “fiadeiros” representando parodias o cantando “loias” (composiciones poéticas, generalmente satíricas, con temas relativos a la vida o a personajes del pueblo, que se recitaban o se cantaban tanto en el reinado como en los “fiadeiros”. Se conservan algunas ) ante la alegría de un público de lo más participativo. Esas “comparsas” peregrinaban de cocina en cocina, siempre acompañados por un “hombre bueno” sin disfrazar que los presentaba, y allí, o cantaban o improvisaban una historia cómica en base a los personajes que representaban: un clérigo, una pareja y unos padrinos, todos ellos con defectos físicos o en el habla para hacer más cómica la escena, parodiaban toda una ceremonia de casamiento, contando también con la participación espontánea del público; un cazador, un perro y unos conejos representaban una escena de caza con final cómico, etc. Como es natural existen infinitas posibilidades de personajes y de escenas –pensemos que era realizado cada noche por varios grupos y no se acostumbraba a repetir parodias– aunque lo más usual, por motivos obvios, eran representaciones que tuviesen alguna relación con la vida cotidiana del lugar (escenas de caza, de labranza, de bodas y entierros…) y sobre todo imitaciones de personajes conocidos e “importantes” (el cura, el maestro, el boticario, el cacique…) de los que se hacía burla a través de posibles defectos o poses características y de su habla-hoy mismo, la imitación de personajes es un género muy trabajado en Lubián y a buen seguro que pueden verse buenas imitaciones, sobre todo de voces y acentos-. Para llevar adelante estas parodias los “actores” no sólo se valían de sus propios recursos o de los que le daba su disfraz en sí (como se puede pensar de una representación improvisada), sino que echaban mano de todo tipo de utillaje que fuese necesario para el caso, apoyando su acción en coches de bebé, bastones, escopetas, orinales, incensarios o cualquier tipo de objeto, que, si no había forma de conseguir los originales, se fabricaban (o se simulaban con otros) para la ocasión, en casa. en la memoria de la gente, pero no consideré oportuno transcribirlas aquí por no ser propias del “antroido”.

También llama la atención el uso de recursos verdaderamente teatrales completamente estudiados, elaborados y muy bien ensayados para que surtiesen en el público el efecto deseado. Y para muestra un ejemplo: Para gastarle una broma al dueño de la casa donde se hacía un “fiadeiro”, que era bastante “delicado”, un grupo de jóvenes de Lubián idearon un truco que consistía en lo siguiente: se presentaron en el “fiadeiro” disfrazados y llevando en la mano un orinal, avisando, entre bromas y veras, que era para uno de ellos que andaba “flojo de vientre”; poco rato después el joven se puso “efectivamente” malo, cogió el orinal y se fue a una esquina, donde, entre gemidos y apretones de vientre, vertió con disimulo el contenido de una bolsa de chocolate muy espeso, que llevaba oculta entre la ropa; el joven se presentó después en el medio de la cocina con su cargamento y de pronto, el resto de los miembros de la comparsa se acercaron al orinal y empezaron a mojar galletas en él y a comerlas manchando ostensiblemente los labios, ante las risas y el asco de los presentes y de la “enfermedad” del dueño, que tuvo que irse corriendo a vomitar lo que había merendado.

Contra lo que podría pensarse, la representación acabó bien, gracias en este caso, a los oficios del “hombre bueno” que según parece tuvo bastante trabajo esa noche (su función era precisamente esa: responder por los miembros de la comparsa, que disfrazados como estaban, no se reconocían fácilmente, y sólo tenían permitida la entrada en el “fiadeiro” cuando respondía por ellos esa especie de valedor-fiador que era al mismo tiempo el presentador del espectáculo).

II. El Antroido convencional

Le llamo de esta forma para deslindarlo de ese otro “antroido” desarrollado en los “fiadeiros” y tomado como tal por los propios participantes. El “antroido” convencional sigue celebrándose en Lubián con la misma fuerza (sobre todo en los últimos años) y conserva todo su sabor tradicional, sin apenas variaciones que viniesen impuestas por el paso del tiempo.

1. Denominación

Nos encontramos aquí con un detalle cuando menos curioso, porque en esta zona el carnaval recibe el nombre de “ENTRUDIO”, saltando la denominación de entruido, entroido o antroido de la vecina Galicia interior (donde por otra parte la fiesta tiene gran raigambre: Verín, Laza…) y acercándose a la Galicia de las rías bajas donde recibe exactamente el mismo nombre.

2. Duración

El “entrudio” propio (dejamos ahora aparte su mezcla con los “fiadeiros”) dura en esta zona tres días: domingo, lunes y martes, y no se celebra ningún tipo de acto el miércoles, día que en algunos lugares de Galicia tiene mucha importancia en el desarrollo de la fiesta. Hace algunos años, cuando todavía había clase los sábados por la mañana, los niños anticipaban un poco el “entrudio” y daban ya el sábado por la tarde una vuelta por el pueblo con los “chocaios” en una especie de introducción a la propia fiesta.

3. Personajes

En el “entrudio” lubianés participan distintos tipos de personajes bien diferenciados entre sí y con una función específica dentro de la fiesta. Estos personajes son:

Los “marafois” (singular, marafón): personajes disfrazados y con la cara tapada que armados con varas, escobas o estacas tienen como misión perseguir a los niños de los “chocaios” alrededor del pueblo y asustar a la gente. Estos personajes están encarnados en la mayoría de los casos por jóvenes o casados, y nunca se deben dar a conocer. Hay que hablar también de la presencia de la variación de este personaje, lo que se podría llamar “o marafón doble”: un “marafón” lleva atado a la espalda –espalda contra espalda– un muñeco relleno de paja, también disfrazado y con careta, de manera que da la impresión de tratarse de un personaje con dos caras o dos cuerpos que tiene la misión de engañar a la gente para que en un momento determinado no sepan hacia dónde va a echar a correr, hacia adelante o hacia atrás, y poder coger a alguien desprevenido y zurrarle.

Los niños de los “chocaios”: generalmente son niños (entre los doce y los dieciseis años) que llevan a la espalda tantos “chocaios” (cencerros de vacas) como pueden y que tienen que correr delante de los “marafois” haciendo ruido y sin dejarse coger para evitar una buena zurra. Aquí los “chocaios”, instrumentos típicos de otros carnavales vecinos bien conocidos, no van colocados de la misma forma, es decir, en la cintura o la espalda, sino con el collar sobre los hombros y cayendo los cencerros sobre el pecho, haciendo un montón tan grande como el niño pueda llevar. Para hacer más llevadero un buen haz de ellos, se acostumbra a llevar varios colgados del mismo collar (cinta de cuero). El ruido se consigue moviendo los hombros y el pecho adelante-atrás-arriba-abajo, rítmicamente.

Los burros: aunque a alguien le pueda resultar chocante, el burro, animal de carga indispensable en una geografía escarpada como ésta, también es un personaje importante en el “entrudio”: disfrazado de cien maneras distintas tira de los “carros afeitados”, transporta “marafois” encima o simplemente es un personaje más en una parodia o cuadro cómico, e incluso entra en las cocinas y en los bares si llega el caso.

Material: ya quedó subrayado al hablar de los “fiadeiros” que los personajes disfrazados utilizan diferentes materiales, pero todos ellos caseros: ropa vieja de hombre o de mujer, ropa característica de algunos personajes (sotana, traje de novios, ropa de niños…), instrumentos de uso común (bastones, estacas, bacinillas…), caretas muy sencillas de trapo con agujeros o de cartón pintado al carbón (hechas normalmente a partir de cajas de zapatos), y también tizones del fuego para tiznarse la cara a modo de rudo maquillaje para pintar barbas, bigotes, cejas o simplemente para disfrazarse de moro.

Los “carros afeitados” también son utilizados el martes de “entrudio” para hacer una especie de desfile. El carro –que no es el normal de trabajo, sino uno más pequeño que se usa para llevar los aperos de labranza– va tirado por un burro disfrazado y es adornado con varales verdes doblados, cubiertos con colchas o harapos hasta dar una imagen de carro de gitano. Lleva gente disfrazada encima o alrededor y es el centro de pequeñas parodias o cuadros escénicos. La escena “gitana” era más representada antes, con gente de hablar gitano (castellano) y comerciando con burros, es decir, una imagen de gitano-tratante de burros que debía ser muy común en el lugar por entonces.

II. Planteamiento y desarrollo de la fiesta

Comienza el “entrudio” pues, el domingo por la tarde, cuando los niños de los “chocaios” y los “marafois” empiezan su carrera. Los “marafois” persiguen a los de los “chocaios” alrededor del pueblo al principio, pero luego, saliendo varios “marafois” de diferentes puntos, intentan sacarlos fuera de ese circuito y perseguirlos hacia fuera del pueblo (cuanto más y más lejos los hagan correr, más mérito tiene la fiesta). Después de esa carrera verdaderamente infernal, por el ritmo y por el ruido, comienza el “baile de entrudio”, al que acude todo el mundo disfrazado de las más diversas maneras y que ofrece la particularidad siguiente: muchos “marafois” o personas disfrazadas simplemente (sólo son “marafois” los que llevan careta) salen del baile varias veces y cambian sus disfraces para evitar ser reconocidos, convirtiéndose de este modo el baile en un acontecimiento lleno de novedades en todo momento. El lunes, la fiesta se hace igual que el domingo: por la tarde los “marafois” persiguen a los de los “chocaios” y todos juntos bailan por la noche, eso sí, con disfraces diferentes a los del día anterior (sobre todo si alguien sospecha que pudo ser reconocido); pero el martes se rompe con todo para enfocar la celebración desde otro ángulo: es día de carrozas y de parodias.

La carrera de los “chocaios” es sustituida ese día por una especie de desfile no organizado (se van sumando grupos indiscriminadamente) formada por carros “afeitados”, de los que ya hablé, o por grupos de personas disfrazadas que van representando cuadros cómicos: dos jóvenes uncidos a un arado, con otro que dirige, van parodiando escenas de labranza; una gruesa señorona (un joven que enseña bien los pelos de las piernas) pasea en un cochecito a su pequeño, que bebe buenos tragos de vino del biberón, etc.).

Ese desfile, al que se van incorporando participantes, da una vuelta por todo el pueblo, parando siempre que lo considere necesario cada grupo (allá donde haya gente dispuesta a atender y a reír) para lucir su escena. Cuando se hace de noche se retiran todos y se reúnen otra vez un poco después en el baile, cada uno con su nuevo disfraz, para despedir, entre diversión y alegría ese “entrudio” que por un año acaba ya esa noche.

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